lunes, 24 de enero de 2011

La Justicia

Se adelanta con pasos muy firmes
y con una adustéz sin medida,
lleva un signo solemne en la cara
y sus ojos de fuego, intimidan.
No es raro que el reo le tema
a la firme y honesta Justicia
que con tanta equidad le reparte
a cada uno la justa medida;
de lloro y castigo al culpable,
y al inocente devuelve la vida.

Piloto de tormentas

 

Invita a adormecerse el tibio sol de otoño sobre Pinamar, caliente y brillante que ciega con su resplandor. Una belleza de pueblo turístico, próspero y elegante, construido a las orillas del océano Atlántico. Su aire limpio con aromas a pinos y eucaliptos penetra hasta lo más profundo de los pulmones renovando de energía al paseante y al residente.
Un silencio acoraza la temporada baja del lugar, época en donde muy poca gente lo visita y Pinamar se vuelve más íntimo al lugareño.
Bajando por la amplia calle principal hacia el mar, camina Adriana. Segura de querer llegar hasta donde se abre el cielo que se confunde con el mar y se unifican, y sentarse sobre esa arena blanca y descansar los ojos con el paisaje imponente del mar.
¡Cuántos otoños transitó esas calles tan queridas! Ya son quince desde que llegó de una provincia pensando que solo sería por un verano y nunca mas se fue.
Ahora, con casi cinco décadas encima, le sería difícil regresar, piensa. Sus amigos, sus dos hijos, su actividad y su vida están ahora aquí, en este paraíso verde y oro, lleno de bellezas naturales…y sus afectos. No esta sola si tiene amigos, pareja no, hace mucho tiempo. Pero ese es otro tema.
Son casi las tres pm y no ha almorzado, empieza a sentir languidez, no estaría nada mal detenerse a comer algo en algún lugar que le quede de paso.
Encuentra un café y se sienta, en la vereda, bajo ese lindo sol, y casi tiene ganas de estirar su cuerpo con la misma soltura que lo haría dentro de las cuatro paredes de su casa. Y empieza a mirar la escena tan conocida por ella, algún automóvil que pasa, algún transeúnte, los edificios Hasta que ya mira sin ver, hasta que la mente vuela, hasta que el cuerpo se traslada al lugar en donde sus pensamientos la llevan, revisiones de experiencias, balances de lo vivido, gozo de lo logrado. Cierra por un momento sus ojos, en calma, hay tanta paz, tanta satisfacción que se dibuja en esa hermosa sonrisa.


Pero Daniel esta nervioso, vino a Pinamar esperando encontrarse con un cliente con el que iba a concretar un negocio importante y ahora lo llama avisando que retrasará su llegada por razones particulares. Otro día más que pierde, pero luego razona que se dedicará mientras espera, a disfrutar de su obligada estadía en este lugar que tanto le gusta. Hace veintisiete años que viene a Pinamar, cuando construyó su casa no tenía vecinos, y las dunas eran murallones de dos metros que debía atravesar caminando para llegar a la playa, donde cada verano vio crecer a sus hijos, que ahora son grandes.
Ama cada rincón de ese lugar, conoce cada calle, cada playa, cada vereda.
Ya pasaron los tiempos en que le quitaba horas al sueño por trabajar para desarrollar su empresa, también se podía permitir este descanso inesperado.
Se acomodó en una silla del café y extendió el diario para leer las noticias, pero en realidad no tenía ganas. Lo dobló y lo dejó sobre la mesa, apagó los celulares y cerró su computadora para que no le llegara nada del mundo exterior, solamente ese momento que era nada más que suyo.
Tal vez si esto lo hubiese hecho mas seguido su esposa no se habría ido de su lado, cansada de tanta ausencia y falta de atención, hace ya diez años.
La vorágine de su actividad le dejó poco tiempo para reparar en ello. A él le gusta el vértigo, la adrenalina que implica la lucha de poderes. Tantas veces se vio en situaciones difíciles, pero asumió el riesgo y salió fortalecido en lo que él cree que es su mayor logro: ser un piloto de tormentas.


De un momento a otro Adriana sale de su ostracismo, a pocos pasos de su mesa puede ver la atractiva figura de Daniel. Alto, cabellos negros y ojos azules, y un rostro de facciones proporcionadas pero muy pensativas. Dándose cuenta que no la mira, ella aprovecha para observarlo, seguro que no es de ese lugar. Tantos años viviendo ahí le permiten darse cuenta quién es turista y quién no. Una gran turbación le recorre el cuerpo que reacomoda en su silla, inquieta. No puede dejar de mirarlo, se ha sentido atraída por la figura de Daniel. Es una linda impresión, hace mucho tiempo que no sentía esa sensación que sacude con fuerza su pereza emocional. Mira cada detalle de su ropa deportiva, sus ademanes, ah,¡cómo le gustaría que él le hablara! Y baja la vista hacia la revista que tiene en sus manos, con vergüenza de que él se de cuenta de su interés.


-Mañana me voy a pescar. Veo si alguien me acompaña, o voy solo…pero que lindo sería no ir solo, tal vez con algún amigo. Pero no quiero un amigo, me gustaría tener por compañía una amiga, una novia, alguien con la cual me sintiera a gusto, alguien que se interesara íntimamente por mi, como esa chica ¡qué bonita es! ¡qué lindos ojos tiene! ¿Será de aquí? está vestida con mucha informalidad…
En un momento Daniel se sonríe de si mismo, claro que estaba acostumbrado a ver chicas bonitas, y mucho mas que Adriana todavía, pero lo inusitado es que volviera a sentir esa ternura inocente de una primera vez, que hace mucho años no sentía. Más bien, cuando conocía a una mujer se ponía en pose, como un dios, soberbio y hasta prepotente sabiendo que era merecedor de la admiración femenina, o eso creía. Él era un ganador, se sentía una persona muy especial, y ahora se arrobaba con la presencia de una señora sencilla; bonita, si, pero que no estaba producida y parecía mas interesada en su lectura que en atraer su atención.
Pero su orgullo propio era mayor, no haría nada que haga notar su interés por ella. ¡Pero no podía dejar de mirarla!
-¿Será casada, estará sola? Que hermoso cutis tiene, que lindo que debe ser acariciar esa piel tan suave…y esos cabellos negros…
Sus hormonas, excitadas por el entusiasmo, se hacían sentir, sus latidos se aceleraban y sus mejillas comenzaron a arder. Pero otra vez se hizo cargo de la situación, respiró hondo y se relajó, pero le costó mucho guardar la compostura.


El alboroto de las cotorras evade a Adriana de su timidez y le da la excusa perfecta para mirar al cielo y posar otra vez su mirada sobre Daniel.
-Creo que me está mirando, ¿pero será a mí? Cómo me gustaría que un hombre como ese me llevara alguna vez del brazo ¿y si le hablará, y con qué excusa? No, se daría cuenta, mejor no. Si, me está mirando, espero que no sea de esos que buscan aventuras fáciles, le voy a sonreír un poco, a ver si me habla…
-Me está sonriendo. Le voy a hablar…


Pasaron un larguísimo rato diciéndose palabras amorosas con los pensamientos, acariciándose con el corazón, con las sensaciones, con la fuerza de una pasión inesperada, y luego, cada uno se levantó de su asiento y tomaron su rumbo, sin haberse atrevido a cruzar una sola palabra.


Adriana fue más realista, entendió que fue una atracción y que aunque linda en sensaciones, duró por unas horas; pero a Daniel no le pasó lo mismo.
Al día siguiente sentía una angustia intensa, él no estaba acostumbrado a perder oportunidades ni a renunciar.
Buscó a Adriana con una desesperación casi frenética por todo el pueblo, entrando a los almacenes, recorriendo las calles, los bares, los edificios públicos, pero no la encontró. Muy triste regresó a Buenos Aires con el desconsuelo que sienten los enamorados al perder a su primer amor. Era tanto el vacío interior que tenía que ponía en una desconocida todos sus anhelos. Volvió a Pinamar cuantas veces pudo, pero nunca la halló, estaba cegado por un espejismo.
Y el tiempo, que todo lo suaviza, hizo que de a poco fuese abandonando esa aspiración.


Pero los malos negocios que hizo y los compromisos asumidos lo obligaban a irse del país, no tenía otro remedio que escapar. Los pocos escrúpulos lo llevaron a relacionarse con personas oscuras que ahora le exigían un pago que él no podía afrontar. Vendió todo lo que tenía y viajó un par de veces para radicarse en Venezuela. Pone en venta su casa de Pinamar y al fin le avisan que hay un comprador, viaja para allá con el tiempo justo para cerrar el trato y tomarse el avión que lo llevarían lejos de sus problemas, porque esta vez no pudo resolver su situación. La tormenta lo había superado.
Cansado y de mal humor llega a la inmobiliaria, entra por la puerta y espera que lo atiendan enseguida. Pero sentada en un escritorio está Adriana.
Se quedó helado y comienzo a sudar frío ¡al fin la había encontrado!
Se sentó y esperó que terminara con otros clientes que estaban delante de él, y trató de ordenar sus pensamientos. La cabeza le daba vueltas, las manos le sudaban, y estaba seguro que cuando le hablara le temblaría la voz.
Adriana lo miró y le regaló la mas dulces de sus sonrisas, Daniel sentía que se derrumbaba.
-Disculpe, ¿se siente mal?-
Daniel la miró detenidamente, la imaginó el ser mas inocente del mundo, la veía tan sencilla y feliz. El retrato de unos niños en su escritorio y otra foto donde se la veía sentada en un jardín lleno de flores y un perro a su lado.
No sabía, pero estaba seguro de que estaba sola. Podría retrasar su partida dos o tres días mas, podría hablarle y confesarle cuanto deseó estar con ella todo este tiempo, convencerla de que lo acompañase. Sabía, estaba seguro que Adriana lo aceptaría. Podría comenzar de nuevo y terminar sus días como siempre lo había soñado, acompañado por una buena mujer, que lo atendiese y sea su compañera, y a la que amase más que a nadie.
Y la miró...la miró... y  la vio como la imaginaba. Entonces pidió hablar con el dueño de la inmobiliaria; y a la hora ya estaba de regreso a Buenos Aires.





Nunca estás solo


Ha cambiado su piel en cada intento
de buscar a la alegría; y la experiencia,
le ha dado a sus años paz y ciencia
sin por ello haya reclamos ni lamentos.

No reniega ni de lloros ni tormentos,
todo hace a su acervo de vivencias,
de ninguna manera una carencia
este grande manojo de momentos.

Y en el saldo se inclina agradecido
porque vivir es vivir de cara al cielo
y humillado e hincado de rodillas

mojando con sus lágrimas el suelo
da gracias por lo bueno y por lo malo
adorando al que guarda sus anhelos.

La tía María Inés


-Ver la penumbra de sus ojos y enamorarme fue una sola cosa. No entiendo porqué en vez de ver el globo aerostático me confundo con su lastre.
Así se quejaba la tía María Inés a mí, una mocosita de 11 años, cuya principal y maravillosa virtud era escuchar atentamente sus desencantos amorosos.
María Inés tiene 35 años, muy bonita, solvente económicamente, abogada y una eximia profesional en el arte de elegir novios atorrantes, vagos, casados y rufianes.
Pero luego pretendía darme consejos para cuando llegase mi hora de buscar marido. En realidad, y para no ser atrevida no se lo dije, hubiese preferido que me escriba sus memorias para hacer totalmente lo contrario.
Su hermana mayor, mi madre, al momento se daba cuenta que María Inés volvía a estar sola y solo esbozaba una sonrisa cuando me pasaba el auricular del teléfono diciéndome
- Buscan a la sobrina preferida-.
Bueno, a mi no me iba tan mal. Los paseos, helados, regalos y tantas cosas que me obsequiaba la tía en sus ratos de abstinencia, eran impresionantes.
Pasaron muchos años y nuestro vínculo de amor y confianza nunca se cortó. La hice tía abuela dos veces, y un día, después de un largo viaje que hizo por Europa, cuando María Inés contaba con 65 años, todavía muy hermosa y dinámica, volvió con la noticia que se casaba.
Casi me caigo de la impresión.
- ¿Pero, en serio? Bueno… en horabuena. La verdad que me daba cosa verte siempre sola y sin pareja. Me alegro.
Se hizo un largo silencio y me sostuvo una mirada que nunca hubiera querido tener sabre mi, como si mirase a una extraña, entre enojada y sorprendida.
Y al fin, me dijo con gravedad:
- Nena, vos viste todo lo que tenías que ver. Esta es solo una pareja con papeles.

Soneto de un pedido


Porque este es el día y es la hora
no intentes demorar con devaneos
imitando a la fe de los ateos
diciendo que lo nuestro no mejora.

Colócate los brillos de la aurora
no dejes que te venza la negrura
el canto por la vida ya se augura
de mi mano y con sed abrasadora.

No puedo vencer sola, ven conmigo
a luchar esta cruzada de la entrega
y se mi compañero, amor y amigo

porque si en este instante renunciara
el desconsuelo al sepulcro me llevara
siendo tu mi enterrador y mi testigo.

Un amor muy nuestro

Todo ha terminado, y cuando te ausentes
en tu memoria llena de recuerdos,
una partecita, que es muestra, es tuya
te estará cubriendo de colores bellos.
Y si lo vivido no es capaz de irse,
porque lo vivido fue todo muy bueno,
no te sientas triste, tampoco te enojes,
ya que a la distancia sonrío y me acuerdo
desde tu inocencia hasta tus miradas,
y ellas me alegran y cubren mi cielo.
Y porque si fuimos una vez amantes
no podrá dejarnos un amor tan pleno.
Se habrá apagado la de sed de suspiros
pero cuando evoques todos mis recuerdos
yo te seguiré dando toda esa alegría
que por muchos años o por poco tiempo,
fuiste muy dichoso en mi compañía
y yo con la tuya ¿no es eso muy tierno?
Y aunque al amor se le cambie el nombre
continuará siendo un amor muy nuestro.

domingo, 23 de enero de 2011

En paz con tu recuerdo

 


Un día cualquiera, cuando el sol se esconda,
me sentaré bajo la lumbre de la luna en mi jardín,
y acompañada por estrellas titilantes
y el fresco aroma del verdor de los veranos
evocaré lo feliz que he sido yo a tu lado.
Habrá, eso si, pasado mucho tiempo,
pero no será un tiempo que haya pasado en vano.
Será un tiempo que alivianen los dolores,
las ausencias, los rencores y el hartazgo.
Será un tiempo sabio que me enseñe a valorar
lo mejor de aquello que vivimos y que me has dado;
y surgirán dentro del pecho sentimientos depurados.
Entonces tendré paz... y estaremos a mano.
Tu memoria jamás caerá en el olvido
aunque a veces, el verbo retocado,
te exalte mas allá de lo debido.
Pero esas son trampas que usa el tiempo y el pasado.
Te sacaré del arcón de lo prohibido
para colocarte en mi mesa, en un retrato,
y aceptaré que fuiste parte de mi vida...
sin enojos, ni añoranzas, ni reclamos.

La muerte del amante


Y nadie se atrevió a interrumpirlos...
ni la noche que muy triste no se iba,
ni estrellas que sus luces pestañeaban
ni la brisa que su marcha reprimía.

Y nadie se atrevió a interrumpirlos...
era largo el gemido en madrugada,
una luna conmovida se echaba sobre ellos
oponiéndose a que llegue la alborada.

Una noche en que el tiempo no pasaba,
una noche en que el reloj se detenía,
una noche que se volvió río de lágrimas
y una nívea palidez todo cubría.

Y en doliente despedida, dos amantes,
con el último aliento de sus vidas
se dieron un beso apasionado
y en silencio apuraron la partida.

En el largo transitar camino a casa
iba a tientas, pues los ojos no veían,
un velo de humedades incesantes
e insistentes, a la vista la envolvían.

Y el corazón, consternado por motivo
que no podía aceptar, ni lo entendía,
se iba apagando de dolores
y sentía que el pecho lo oprimía.

Y a un kilómetro del punto del encuentro
el corazón fatigado se afligía,
y era tanto el sufrimiento acumulado
que sangraban por sus poros las heridas.

Y a un kilómetro del punto del encuentro
el desconsuelo precipita su caída,
el corazón se apaga por la pena,
y la boca exhala su última elegía.

La noche, negra en luto, y la luna,
el canto aletargado de la brisa,
aquellos que fueron los testigos
de esa inmensa tristeza sin medidas

circundan el cuerpo, ahora yerto,
del amante mas amante que existía.
La luna puso frío en sus facciones
y un coro de estrellitas lo suspiran.

La mala suerte


Me cae como gargajo desde el cielo,
me duele como piedra en un zapato,
la mala me entretiene de hace rato
la buena... bien escasa y por el suelo.

Quizás a usted le sirva de consuelo
porque a mi, ni de alivio me ha servido
la frase que se sabe de sabido
que aparenta me tomara por el pelo.

Porque ahora veo nubes y borrascas
yo no tengo como un ave a su nido
o tal vez algún refugio en un tejado,

mi suerte me tendrá andando en ascuas
no parando después de lo llovido
y se empeña en llover sobre mojado.

La alegría de tu amistad



Recibe mi alma en las alas ligeras
de un beso pulido de amor celestial,
si tú lo aceptaras y yo me gozara
con el solo hecho sencillo de dar.
¿Qué mas yo quisiera? ¿Qué mas yo deseara?
me colma tu risa, tu diáfano ardor,
ver en tu mirada que feliz tú eres
y que abres tu aliento como se abre una flor.
Y que en la corola de vivos colores
que tiene la fuente de tu palpitar
renueva en sus aguas el don cristalino,
el don más divino y humilde de dar.
Si puedo gozarme con tu alegría
a lo poco que hago… le agregas aún mas.