miércoles, 28 de marzo de 2012

Duelo y partida


Quédate conmigo cuando el sueño llegue,
quédate conmigo aunque llegue el alba
y cobija al ámbar de mis ojos tristes
llenos de silencio en esta muerte blanca.

Quédate conmigo tranquilo y no llores,
pasarán despacio las sombras aladas
y no temas nunca, yo haré que se borren
llevándola a todos, cargando en mi espalda,

todos los pesares, todos los dolores,
y aquellas cosas que nunca se callan.
Despide a los deudos, las flores las sacas,
corre las cortinas, abre las ventanas

y que el aire fresco bañe tu tristeza
sacude la ropa y quema la cama.
Ya has hecho duelo suficiente, creo,
por este amor muerto, que muerto me mata.

miércoles, 14 de marzo de 2012




Si el amor se sublima en las letras
 tengo tanto, por fin, sublimado.

No ves que me muero, lo he intentado todo,
y aún así no hay modo que mate este sentir.
Asómate a mis sueños, regálame tu risa,
tu amor y tus caricias. Ayúdame a vivir.

Por ti mataría mi sed de volar,
por ti fundiría el sol en el mar;
ni el tiempo, ni luchas habrán de segar
las mil ilusiones que tengo de amar.

Me desespero un poco cuando el tiempo pasa
sin que te des cuenta y te puedo prometer
que aunque mi vida se apague
la luz de mi mirada, del todo enamorada,
te seguiría por doquier.

Por ti mataría mi sed de volar,
por ti fundiría el sol en el mar;
ni el tiempo, ni luchas habrán de segar
las mil ilusiones que tengo de amar.

No ahondes más todo este desvelo
que busca el consuelo de tu buen amor.
Soy una gaviota que por ti alborota
la mar agitada de tu corazón.




Dos veces me matas con dudas e intrigas
dos veces en mi muerte te ríes de mi.
Halcón sanguinario que sacas los ojos
y luego de hacerlo, me dejas morir.

El secreto de que seas hermosa


El secreto que guarda una rosa
es ser rosa en toda circunstancia
derramando su dulce fragancia
como dádivas reparte una diosa.

El secreto de que seas hermosa
no se da por beldad ni elegancia,
es secuencia de la temperancia
que procede de tu alma virtuosa.

Es la firme tendencia al decoro,
la oportuna palabra afectuosa,
dar el bien sin medir discreción.

Don del cielo que no compra el oro,
ni los diplomas ni prosapia fastuosa
joya que resalta sin afectación.

Al niño que no es querido le han robado la infancia.
Es manantial donde emergen aguas que nunca se sacian.
Es un corcel que galopa a donde lo lleven los vientos,
carga una llaga podrida que sangra y supura por dentro.
El niño que no es querido, el niño al que nadie ama
está muy adentro tuyo... es el dolor que no calma.

La risa de mi bebé


Cuando palpitando arrojas
tu risa loca y divina
y tus ojitos se encienden…
todo mi mundo iluminas.

Tú tienes el don virtuoso
de cancelar mi letanía,
de tornar mi ansia en calma
y de alegrarme el día.

Eres mi pan, mi sustento
mi abrigo en la noche fría,
eres mi canto y mi sueño,
mi pasión, mi poesía.


Dime que si

Solo preciso tu amor
aquel que me hará vivir
una alegría en el alma,
se que lo he de conseguir.

Lo necesito obtener
para dejar de sufrir
y en tus labios ardientes
dejar todo mi sentir.

Mi guitarra se apegó
a tu moreno perfil
y las notas de su canto
van volando hacia ti.

Se que tu amor me darás
porque luchare hasta el fin
y tu “si” será mi gloria
se que te haré muy feliz

Aquí está este cantor
que entrega todito a ti
rasgando en esta guitarra
su pasión y frenesí.

miércoles, 7 de marzo de 2012

El fruto prohibido


Lo veía retorcerse de dolor y sufrimiento, pero nada parecía conmoverla, cerraba los oídos con los tapones de la indiferencia y solo los abría cuando la llamaba para solicitarle un vaso de agua o algo de comer.
-¡Dame la pastilla, maldita! -
Pero Carmen, nada, no se le movía ni una pestaña. Como entró ese virus, solo se tenía que ir, de manera natural, y no que quede en el camino por culpa de un suicidio.
Por desgracia el virus se lo introdujo en el cuerpo a través de un fruto silvestre que comió cuando paseaba frente al lago, y pasadas dos horas empezó a padecer los síntomas. Fue inmediatamente al médico, el que dio parte a la policía y estos acudieron a liquidar con todas las plantas malignas para que nadie se infectara.
Pero nadie sufría más que Carmen, su esposa. La cara de Joselo estaba verde y los ojos malignos, solo abría la boca para insultarla y largar un olor nauseabundo que inundaba todo el dormitorio.
Por miedo a que se escapara, la policía había clausurado las ventanas y puso guardia en todas las salidas de la casa, pues aún no se sabía si ese virus fuese contagioso.
A Carmen no le extrañó que se lo prendiese, pues ya había mostrado evidencias de sus defensas bajas; y aunque ella trataba que tome vitaminas, él se oponía. También le rogó que no vaya solo al lago, que no se separara de ella, ya se comentaba que cerca de allí podría estar esa planta, que no se la conocía muy bien pues esta mutaba cada tanto su forma y sus frutos. 
Pero Joselo no quiso escucharla, le faltó inteligencia para entender los peligros y tampoco se daba cuenta por lo que estaba pasando. Se fue casi corriendo  y comió del fruto prohibido muy contento.
Ahora se sentía mal, no solo físicamente, sino porque lo abrumaban los remordimientos. Veía a Carmen trabajar sin descanso en su propia recuperación y se sentía fatal. En el fondo deseaba terminar con esa tortura donde solo él era el culpable y que afectaba a su esposa y a toda la comunidad. Estaba avergonzado y quería acabar con todo eso quitándose la vida. Después ya no sentiría tanto dolor, que más que físico, era mental.
El médico lo visitaba a diario, y también el psiquiatra y el sacerdote. Carmen salía del cuarto y sentada en la mesa del comedor esperaba que se fueran las visitas, atenta al reloj, y luego entraba para ver a su marido.
Al principio la recibía con más insultos, pero a medida que fueron pasando los días, su lenguaje se dulcificó. Ya últimamente lloraba a mares cada vez que la veía y le pedía perdón. Carmen todavía  no sabía que estaba realmente dolido por todo el daño que había causado.
Las lágrimas lavan el alma, le dijo el sacerdote, y como Joselo no era religioso, a veces venía a visitarlo también un pastor y oraban juntos.
Otros días hacía un retroceso y gritaba que odiaba a Carmen, que ella era la culpable de todo lo que había pasado, que si ella no fuese tan dura y lo hubiese dejado marchar y hacer  que quisiera de su vida no estaría en esa situación. Pero él sabía que se mentía, sabía que solo allí podía encontrar la cura para erradicar el virus que se había agarrado y que afuera hubiera muerto irremediablemente y tal vez contagiado a otros.
Pero Carmen hacía oídos sordos a sus palabras de desprecio, nunca respondía, solo cuando ya estaba más calmado le hacía preguntas como “¿Qué te atraía tanto de ese lago?” o “¿Cómo pensaste que sería tu vida comiendo de ese fruto?”, “Qué te faltaba en esta casa para que vayas a buscar nuevas sensaciones fuera de ella?
-Perdoname, Carmencita, lo único que logré con mi tontería fue entristecerte y que tu cara perdiera toda esa alegría que tanto me gusta de vos.
Ahí Carmen se dio cuenta que Joselo estaba realmente arrepentido.
-No te preocupes, ya todo se va a solucionar, Joselo, yo me voy a quedar a tu lado hasta que te recuperes.
Y Joselo se recuperó, y un día se le permitió que abriera las ventanas y gozó como nunca del aire fresco que entraba por ella, y vio otra vez el sol, y pudo salir a la calle.
Su cara volvió a recuperar su tonicidad y su alegría, ya nunca se volvería a sentir angustiado ni a sentir ese cansancio permanente por vivir, ese que sintió antes de comer del fruto infectado.
Pasó algún tiempo, Carmen y Joselo volvieron al lago,  Carmen se detuvo ante un fruto desconocido
-¡No lo tomes!-le pidió- ese tiene el virus.
-¿Cómo lo sabes?
-Bueno, no estoy seguro, pero me parece que si. Por fuera es un fruto apetitoso, y huele muy bien, pero mejor es que lo hablemos entre los dos, para estar seguros.
-Bueno,¿ Eres feliz, Joselo? ¿Te hago feliz? Sé que me pediste mas tiempo para ver a tus amigos, yo me hacía la tonta, pero no te preocupes, se que vos también tenés derecho a tus espacios.
-Gracias, Carmen, yo también se que me pediste que no sea tan desordenado ni tan demandante con la comida, que hay algunos días en que no tenés ganas de cocinar, ese día cocinaré yo o saldremos a comer afuera.
Y asi transcurrió la charla, hablando de sus cosas, hasta que se olvidaron de las ganas de probar del fruto prohibido.