miércoles, 28 de septiembre de 2011

Amistad

Cuando el tiempo atrapa espacios, son espacios especiales que no olvidaremos jamás. Esos espacios donde hemos puesto nuestros anhelos y nuestro corazón. Y en mi vida vos ocupás un espacio muy especial, porque asi lo he sentido y asi yo lo elegí. Y porque a los amigos se los elige, yo te elijo y te ofrezco mi amistad, para que en tus momentos de alegría tengas a quien contárselo y un corazón que te comprenda y te consuele en tus momentos de dolor.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Cita con el instinto

Se arriesga a tener la hora extraña
de una íntima relación que se otea...
y pautando va a una cita a ciegas
que promete ilusiones aledañas.

Y el delirio febril que en ella baña
al vago presentir, lo multiplica,
y expectantes placeres ya mastica
paladeando un ardor desde la entraña.

¿Quién sabe si es acierto o se engaña
y transmute en alegría o en enojo
aquello que es motivo del antojo
del instinto que feroz muerde con saña?

Desechando todo aquello que lo empaña
deja a un  lado la elección de la cordura
¿es que acaso no vivirlo es la locura?
¡y apurando!, que ya pasa la guadaña.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La modorra

Si supiera como sacarme de encima esta modorra que me acompaña a todos lados, no estaría frente a esta máquina de escribir haciéndome tantas preguntas.
Ahora me suena a risa que los gatos negros sean vistos de mal augurio si nos pasan por delante, o que un martes trece lleve un estigma tan trágico.
Pero creo que la gente hace rato viró el sentido de sus supersticiones, pienso que ahora la sacuden cosas mas aterradoras, y todo lo demás suena a pueril.
Siempre me acuerdo de vos, Nacho. Si te tuviera cerca ya me estarías llamando para hacer una caminata por la playa, o un picnic debajo de los pinos. Y me reiría con tus cuentos divertidos sobre fantasmas y luces malas.
Pero te tuviste que ir, nomás. Ya se que nunca te adaptaste a este lugar y al frío.
En algún momento pensé en acompañarte, pero creo que nunca me lo pediste, ni yo jamás te lo sugerí. Por eso me acuerdo tanto de vos. Porque considero una torpeza el que no lo hayas hecho.
Un día recibí una carta tuya. Al principio me pareció una antigüedad, pero luego me explicabas que estabas en un lugar, no se donde, campo adentro, donde no había señal.
Seguías con tus investigaciones antropológicas acerca de costumbres autóctonas y centenarias; una ocupación que te fascinaba, aunque te obligara a andar como un trotamundos y durmiendo en cualquier sitio, de aquí para allá.
No te respondí porque no pusiste remitente; y esperé infructuosamente a que volvieras a hacerlo. Luego me resigné, de esto, hace ya tres años.
Miento si te digo que no te extrañé muchísimo. Tal vez todavía te extraño. Pero me acostumbré…
Y por inercia me van llevando los días que corren con lánguida monotonía.
Creo que nadie se da cuenta de ello, asisto a reuniones y salgo a caminar por la playa. A las tertulias de mujeres de los días jueves soy la primera en llegar, y hace rato que ninguna amiga me pregunta por vos.
Yo creo, Nacho, que ya es hora de que de una vuelta de página. Adiós.




jueves, 15 de septiembre de 2011

El electricista

- Hola, Marcelo, habla la señora de la calle tal ¿me recuerda?
-Si, señora, ¿cómo está?
-Bien, lo llamo por el trabajo de electricidad que quedó pendiente el otro día, disculpe que no me comuniqué antes con usted, pero tuve un problemita de salud. ¿Cuándo cree que podrá realizarlo?
- Déjeme ver, señora, en un rato le aviso.
Marcelo colgó nervioso el auricular. Finalmente lo había llamado. Se puso más que contento, pero no por el trabajo, sino porque tenía la excusa perfecta para volverla a ver. Una inquietud lo recorrió desde que oyó esa voz por primera vez, suave y sensualmente modulada, y sintió curiosidad.
La imaginó una persona joven la primera vez que llamó, y si además lo recomendaba aquel cliente, debía ser una persona muy fina. 
Cuando la vio fue algo totalmente diferente, y se sintió desconcertado, era una impresión infinitamente mejor a todo lo que había pensado.
Esa mujer debía tener unos diez años más que él, que tenía treinta y cinco,  pero de una apariencia y de tal encanto, que le costó disimular su sorpresa y concentrarse en los detalles que le iba mencionando. ¡Que dulce que era!
Finalmente terminó su trabajo y le indicó cuales eran los desperfectos que debía reparar. Otro día le pasó el presupuesto por teléfono y quedaron en que ella le avisaría.
¡Como se notaba que vivía sola! ¿Cómo puede una mujer así estar sola? Tal vez tuviera un novio, alguien importante, seguro, porque parecía de esa clase de mujeres que se dan el gusto de elegir entre muchos pretendientes.
Sin lugar a dudas ese novio era una persona afortunada. Alguien tan delicada y bonita no debía ser fácil de conquistar.

Volvió tarde ese día a su casa, su esposa lo esperaba con la cena lista y los niños dispuestos a lo largo de la mesa familiar.
Se sentó y puso sobre esa silla todo el cansancio del día.
Miró mucho a su mujer mientras contaba como le había ido en su trabajo.
Se la notaba muy cansada, limpiar casas ajenas no es nada liviano, aunque lo hiciera con gusto. Su cabello desprolijo y las manos ajadas fueron observados  más que nunca esa noche, mientras  servía la comida.
Además era algo tosca, poco instruida, y con los años iba perdiendo la figura, pero tenía un gran corazón. Y era muy buena madre.
Sin querer, toda la semana no dejó de pensar en la señora Flores, y como si el destino la quisiera poner delante, fue enterándose por comentarios que era profesora de filosofía, buena persona, buena vecina, viuda y con hijos grandes que no vivían con ella.
En la corta conversación que mantuvieron, la mujer le había prodigado la mejor de las atenciones y simpatías. Y le regaló la sonrisa más hermosa que había visto en su vida. Sus pestañas se movían como alas de mariposas delante de dos cristales de ébano negro que, literalmente, lo derritieron.


Ramírez lo llamó de urgencia.
- Che, Marcelo, vení por favor a casa que tengo un cortocircuito y la bruja se pone loca si no ve la novela.
En media hora estuvo frente a la casa de Ramírez, él mismo salió a atenderlo.
-Gracias Marcelito, por venir tan rápido, esta infeliz ya me tiene la paciencia por el piso con sus reclamos. Mirá, yo tengo que irme ya mismo al traumatólogo, el fin de semana volqué con el auto y me quedaron unos magullones. Mañana paso por tu taller y te pago, como siempre.
- Si, pierda cuidado, no hay problema.
Y sin poder evitarlo, como para ver si sacaba alguna información, agregó:
- Ah, gracias por recomendarme con la señora Flores.
Ramírez, que ya se iba, se da vuelta y le dice:
-¿Alicia? Quedó muy conforme, me dijo que te va llamar.
Le subió tanta felicidad por el cuerpo, que se sintió un hombre nuevo.

- Gracias por venir, Marcelo, se que usted es una persona muy ocupada.
- Faltaba más, señora, es un placer. Pero ¿qué le pasó en el  brazo que lo tiene enyesado?
Alicia iba a responder cuando ingresó la figura de Ramírez, al que ella, con evidente alegría, recibió con un beso.
Lo dejaron haciendo su trabajo, no sin antes, Ramírez, con un guiño cómplice, le dijera:
-Vos no viste nada, Marcelito.
Marcelo quedó totalmente perplejo, no podía aceptar lo que veía. Él todavía buscaba ese mundo de maravillas, donde era más fácil vivir. En algún lugar se debía encontrar ese sitio en donde todo fuera bello y transparente y la gente derrochara felicidad.
Secretamente había albergado la esperanza de caer en gracia a la señora Flores y hacer una amistad, que ella le contará de su glamour. Tal vez así él conocería el encanto de vivir una vida un poco menos oscura, donde el sacrificio es diario y las satisfacciones pocas.
Pero ese día tuvo la certeza de que tal mundo no existía.

Volvió a su casa más temprano que de costumbre. Su esposa, que lo conocía bien, lo interrogó con sincera preocupación.
- Marcelo... no me llamaste ¿te pasó algo?
Marcelo la miró por algunos instantes.
-Si, Élida, tenemos que conversar vos y yo. Vení, sentate acá.
Élida hizo silencio y esperó a que él le hablara.
- Negra, ¿todavía tenés ese dinero que estábamos ahorrando para un living nuevo?
- Si, Marcelo, claro, lo tengo en mi cuenta.
- Bueno, escucha bien, tesoro. Mañana no vas a ir a trabajar, te vas a ir a esa peluquería linda, adonde va mi hermana, y también te vas a comprar ropa nueva. Ah, y zapatos ¿entendiste?
Élida, que era más inteligente de lo que aparentaba, solo sonrió y asintió con la cabeza.
- Y vas a terminar tu secundario, mi vida, yo te voy a ayudar con los niños.
- Si, mi amor ¿sabés? toda la semana estuve pensando en proponértelo.
-¡Esa es mi negra, carajo! ¡Me siento muy orgulloso de vos!
Luego la abrazó fuerte, y apretando los ojos, dejó que corriera por su cara un lagrimón.


miércoles, 14 de septiembre de 2011

“Son cosas de la vida”

Sin los lazos invisibles que me ataron a vos el día en que nos conocimos, una tarde de paseo por la playa no habría tenido ninguna relevancia.
¿Pero quién dirige los destinos o puede encender por si mismo a su corazón?
Y todo deja una dulce impresión en las retinas y un gozo palpitante en las entrañas.
Si andando el tiempo esto se diluyera, entonces si, sería el resultado de una elección, porque no todos los caminos son transitados, ni todas las experiencias deseamos vivir.
Al principio lo tomé como un juego de ensayo y error, pero viviendo intensamente cada momento y sin guardar ninguna bella emoción.
Ya creo que estoy en una edad en que puedo expresar mis emociones tan abiertamente como quiera sin sentirme por ello en inferioridad de condiciones o ridícula.
Tampoco me trepo al árbol por si acaso… ¿lo pensaste? No, como se te ocurre, no soy una persona pueril.
Mis límites son no hacer daño a nadie y mi propia preservación. Por eso también es difícil que tome algo en forma trágica. Mi abuela habría dicho “son cosas de la vida”, y yo sigo ese concepto a rajatabla.
Conforme fue pasando el tiempo te fui conociendo. Y nada me ha impedido que te admire y me enamore de vos. Quise también averiguar sin mentirme, si sería capaz de aceptar tus defectos y estar a tu lado en las buenas y en las malas. ¿Pero eso como se descubre cuando se necesita a la otra persona mas que al aire que respiramos?
Un día te fuiste con la promesa de que volverías, pero el tiempo pasó y no volví a saber nada de vos. Pasé por todo tipo de estadios emocionales, hasta que me acordé de mi abuela y lo acepté.
Aceptar es poder tomar el control de la propia vida, sin aferrarse a utópicas esperanzas que te postergan.
Pero el corazón tramposo me dice: no quiero morirme sin verlo otra vez.



sábado, 10 de septiembre de 2011

Luego de tanto...

Luego de tanto pasar del tiempo
y acumuladas tantas rutinas,
con mis manos, ya casi en ruinas,
sigo sentada hoy a tu lado.
Algunas cosas se han postergado
¿pero quién logra todo en la vida?
Hay tantas cosas que se alcanzaron,
tanta sorpresa al doblar la esquina
porque el tiempo siempre te cambia
nada es estático, todo camina,
aunque queramos o no queramos
lo impostergable es saber vivirla.
Te he querido y no querido
y muchas veces te he admirado
y otras tantas que he dudado
y tantas otras que te he elegido.
Pero sigamos… luego de tanto
pasar el tiempo y haber perdido
para que juntos siempre ganemos
a la  alegría de haber vivido
uno con otro, los dos unidos.
No necesita un documento
esta promesa sin juramento,
atesorando en alhajeros
a los catorces y a los febreros
puedo decirte después de tanto
tiempo vivido (ya no se cuanto)
que aún sorprendes con tu mirada
y aún te busco, enamorada.


jueves, 8 de septiembre de 2011

Sin voz

Un agradable día de verano permite que entre en horas tempranas los rayitos del sol al comedor de la casa señorial.
La mesa del desayuno, finamente vestida, y Aurelia sentada allí, esperando a que llegue su marido. Los pasos inconfundibles van bajando la escalera. Los conoce muy bien, a fuerza de treinta años de convivencia y casi la misma rutina: ella se levanta mas temprano y prepara todo mientras él termina de bañarse, y luego de desayunar no lo verá por las doce o catorce horas en que estará en su trabajo.
Un “buenos días” y la lectura del diario en el que se enfrasca mientras toma a sorbos una taza de café.
- ¿Sabías que Dolores fue abuela otra vez?
No hay respuesta.
-  Héctor… ¿me escuchás? Me gustaría comprarle un regalito.
- Es tu amiga, no la mía.
Pasan cinco minutos.
- ¿Querés probar la mermelada de tomate que hice ayer?
- Dale.
- Mi hermana volvió a pedirme que la ayude en su negocio, solo sería por la mañana porque se quedó sin empleada. Y me va a pagar, así no te molesto cuando necesito plata…
Héctor baja el diario, se acerca a su cara y la mira fijamente.
- ¿Decime, a vos te falta algo, acaso? Contestame.
Aurelia se pone incómoda y desvía la mirada.
- No, no es eso, solo que a veces me gustaría tener dinero solo para gastar en lo que yo quiero.
- ¿Y en qué vas a gastar, Aurelia? ¡En pavadas! Tu trabajo está en esta casa, ya te lo dije cien veces. ¡No me molestes más!
Vuelve a su lectura.
- No, Héctor, no es eso. Solo que me cansa estar encerrada todo el día en casa, y cuando quiero salir no tengo plata ni para el colectivo, antes me entretenía con los chicos, pero hace rato que se fueron, y me siento sola. Además, todo sería igual, no cambiaría nada, te prometo que cuando vuelvas vas a encontrar la casa en orden, la comida preparada y la ropa en su sitio.
- ¿Pero decime una cosa? ¿Vos estás mal de la cabeza? ¿Tenés una idea de la inseguridad que hay allá afuera? Tu hermana vive lejos, vos seguí manejándote por el barrio que aquí nos conocen todos. Lo único que falta es que me llamen a la oficina para decirme que te pasó algo y tenga que salir a buscarte.- y elevando el tono de voz - ¿me entendiste o no me entendiste?
Aurelia baja la cabeza y dice apenas:
- Si, Héctor, esta bien.
Al día siguiente.
- Buenos días.
- Buen día, Héctor, yo ya desayuné, vos terminá y lavá los pocillos, yo ya me voy. Tengo las valijas listas, me mudo a casa de mi hermana, hace rato que me pide que te deje y que viva con ella. Y le voy a hacer caso, chau.
- ¿Ah, si? ¿Y quien te va a mantener? ¿Tú hermana viuda muerta de hambre? ¿Con ese kiosquito? ¿Qué van a comer, diarios y golosinas?
¡No me hagás reír, por favor! Con lo infeliz que sos vas a volver arrastrada en menos de una semana.
Aurelia, parada frente a él, aguanta la respiración. Y con un grito, que de tanta angustia contenida, solo llega a emitir un hilo de voz, le dice:
-¡Basura! ¡Ingrato! ¡Mal nacido! ¿Cómo te atrevés a hablarme así? ¡Porquería!
Mas liberada, el tono de voz va subiendo.
- ¡Años de aguantar tus humillaciones! ¡Me tenés cansada!
- Pero negrita…si vos sabés que te quiero. Todo esto te lo digo por tu bien. Recapacitá, mi vida. Te lo digo por vos... andate si querés, pero después no vuelvas ¿entendiste?
Se da media vuelta, pega un portazo y se va.
Pasa un largo rato.
- Che, negra ¿qué te pasa, estás distraída? Servime más café.
- Si, Héctor ¿lo querés con leche o con crema?