lunes, 25 de abril de 2011

Cáliz de madre


De los cálices que acunaron sangre
el cáliz mas preciado fue el de ella,
pues ella me ha enseñado tantas cosas
que en un libro, no creo, todas quepan.

Su dulce compañía recordaba
la del pastor que a las ovejas quietas
cantaba con acordes de una flauta
y luego las llevaba hacia la acequia.

Su consejo oportuno era un tesoro
que ponía gustoso en mi diestra
y la fuerza que anima en las mañanas
la llevaba apretadita a mi siniestra.

Fue triste perder su compañía,
fue ingrato quedar sin su presencia
fue duro rehacernos, los hermanos,
pero sabíamos que la madre estaba vieja.

Y al cáliz que acunó su sangre
lo enterramos bajo un árbol en la huerta
y repartimos en nuestros corazones
el amor que aún palpita estando muerta.

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