el cáliz mas preciado fue el de ella,
pues ella me ha enseñado tantas cosas
que en un libro, no creo, todas quepan.
Su dulce compañía recordaba
la del pastor que a las ovejas quietas
cantaba con acordes de una flauta
y luego las llevaba hacia la acequia.
Su consejo oportuno era un tesoro
que ponía gustoso en mi diestra
y la fuerza que anima en las mañanas
la llevaba apretadita a mi siniestra.
Fue triste perder su compañía,
fue ingrato quedar sin su presencia
fue duro rehacernos, los hermanos,
pero sabíamos que la madre estaba vieja.
Y al cáliz que acunó su sangre
lo enterramos bajo un árbol en la huerta
y repartimos en nuestros corazones
el amor que aún palpita estando muerta.
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