jueves, 25 de noviembre de 2010

Vestal de maldiciones


Otra vez te arrojas a la calle,
y un disfrute de placeres son tus piernas
que se suben hasta el borde de tu falda
y en altísimos tacones se te entierran.

Los carmines de tu boca van besando
 los sueños que provocan tus caderas,
y el vaivén de tu cintura va blandiendo
una espada que a zanjazos... desespera.


Por tenerte mas de uno te ha pagado
y les diste de tu piel, solo la externa,
tu oficio de mentira y vejaciones
va dejándote la marca mas abyecta.


Pero ya… ¡y qué mas da! Las ilusiones
son aquellas que consigue tu entrepierna;
como una hábil veterana en sugestiones
seduce y mata, vestal de maldiciones,
que de noche se derraman cual cisterna
y atrapa a los incautos de un zarpazo
con tu andar de irresistible Eva moderna. 

Mientras duermes



Ávidas  tengo las manos de tocar tu rostro dormido,
y acariciar tus cabellos hasta que despunte el albor;
 en emoción arrobadora saldrán de mi aliento lirios
que perfumaran tus sueños para que duermas mejor.

Amante que duermes calmo en la placidez ambiente,
percibo que aún sientes los vestigios del amor
que hace instantes prodigamos uno al otro en alegría,
pues en tu cara dormida, tu boca sonriente quedó.

De a poco me iré durmiendo acurrucada a tu cuerpo
donde aún no se ha apagado todo el fuego del volcán
que sobre mí derramaste con una pasión loca,
y si dormido me tocas, volveremos a empezar.




A Dios le gusta que seamos agradecidos




¿Que falta en tu vida
para que la veas hermosa?
¿Te falta la risa, el amor,
el asombro, las ganas,
la fe que es preciosa?
¿El día brillante,
la lluvia que moja?
¿Te falta el aire?
Dime ¿por donosa
no ves te regala
espléndidas galas
las flores graciosas?
Amigo, no sigas…
escucha en silencio
el rodar de tus lágrimas;
ellas van limpiado
poco a poco el alma,
y, cuando se sequen,
verás con asombro
que las penas cansan.
Y si el infortunio
visita tu casa,
da gracias al cielo
porque hay una mano
que con gran ternura
te sostiene en calma.
Y duerme tranquilo,
reposa tus ansias:
Dios del universo
que todo ha creado
no te desampara.
Descansa en sus brazos
los brazos mas buenos
te cuidan, te aman.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El bosque


Las tardes, de diamantinas luces,
van penetrando entre el sayo 
del bosque, umbrío de pinos,
 pájaros, musgos y álamos.
La sangre que exuda es verde
y enfría la piel del barro
derramado en los senderos
construidos por descalzos
piececitos de animales
donde que el bosque es su resguardo. 
Se mezclan locas de aromas
las flores que van mutando
de ser mariposas quietas
hasta ser las bailarinas
de algún salón encantado.
Y los rayos persistentes
como un puñal van zanjando
heridas que se hacen bocas
para besarlo embriagado;
como amante que persigue
el nimio roce anhelado.


jueves, 18 de noviembre de 2010

No me culpes



Asomaste a mi vida una tarde de silencios,
cuando nada esperaba de la vida,
cuando el quieto transcurrir de los minutos
se agolpaban rutinarios, y a medida
que te iba descubriendo, de a poquito,
mas adentro de mi alma te metías.
Y te hacías más tangible y más presente,
con la vista te abrazaba, con mis ojos te seguía.
Y se fueron sucediendo las semanas,
y los meses y los años, y la vida,
y nunca me animé a confesarte
el secreto que mi espera arremetía.
Puse tu nombre en la estrella más lejana
y alcanzarla fue en mi una osadía.
Y si arriesgada fue mi espera, no me culpes,
ni te culpes de ser tú quien pretendía,
no se pueden sofocar los sentimientos,
ni se pueden controlar las alegrías
que provocan tan solo el nombrarte
o el pensarte, o el soñarte, o estar viva.
No te culpo de mi espera tan estéril,
ni me culpes que te quiera todavía.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Amor pueril


A orillas del río, una tarde,
prendida a tu figura caminaba...
sin importar hacia donde
ni el tiempo nos apuraba.
Soñando sueños de niños
que juegan despreocupados.
Con timidez e inexperiencia
nuestras manos se buscaron
hasta que al fin, dedo a dedo,
se fueron entrelazando;
y el calor que transmitían
mojó las voces de pájaros,
las mejillas de amapolas,
y los ojos se encendieron
como dos luceros claros.
Y todo eso ocurria
teniendo yo quince años
y nunca volví a sentir
esa sensación dorada
cuando mis vírgenes labios
rozaron tu boca amada.