se asoma mi suspiro lapidario.
Un rito efectuado casi a diario
nacido después de tu reproche.
Los ojos distraídos son el broche
que van apagando a los latidos,
lavando con llanto los olvidos,
vistiendo con rutina el fantoche
que quedó de aquel pobre cupido,
¡que pena que es no amarte tanto!
me amargas con enojos y regaños.
El principio de tu mal se llama engaño
y se está convirtiendo en un espanto
esta mezcla de rencor y amor sufrido.
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