jueves, 15 de septiembre de 2011

El electricista

- Hola, Marcelo, habla la señora de la calle tal ¿me recuerda?
-Si, señora, ¿cómo está?
-Bien, lo llamo por el trabajo de electricidad que quedó pendiente el otro día, disculpe que no me comuniqué antes con usted, pero tuve un problemita de salud. ¿Cuándo cree que podrá realizarlo?
- Déjeme ver, señora, en un rato le aviso.
Marcelo colgó nervioso el auricular. Finalmente lo había llamado. Se puso más que contento, pero no por el trabajo, sino porque tenía la excusa perfecta para volverla a ver. Una inquietud lo recorrió desde que oyó esa voz por primera vez, suave y sensualmente modulada, y sintió curiosidad.
La imaginó una persona joven la primera vez que llamó, y si además lo recomendaba aquel cliente, debía ser una persona muy fina. 
Cuando la vio fue algo totalmente diferente, y se sintió desconcertado, era una impresión infinitamente mejor a todo lo que había pensado.
Esa mujer debía tener unos diez años más que él, que tenía treinta y cinco,  pero de una apariencia y de tal encanto, que le costó disimular su sorpresa y concentrarse en los detalles que le iba mencionando. ¡Que dulce que era!
Finalmente terminó su trabajo y le indicó cuales eran los desperfectos que debía reparar. Otro día le pasó el presupuesto por teléfono y quedaron en que ella le avisaría.
¡Como se notaba que vivía sola! ¿Cómo puede una mujer así estar sola? Tal vez tuviera un novio, alguien importante, seguro, porque parecía de esa clase de mujeres que se dan el gusto de elegir entre muchos pretendientes.
Sin lugar a dudas ese novio era una persona afortunada. Alguien tan delicada y bonita no debía ser fácil de conquistar.

Volvió tarde ese día a su casa, su esposa lo esperaba con la cena lista y los niños dispuestos a lo largo de la mesa familiar.
Se sentó y puso sobre esa silla todo el cansancio del día.
Miró mucho a su mujer mientras contaba como le había ido en su trabajo.
Se la notaba muy cansada, limpiar casas ajenas no es nada liviano, aunque lo hiciera con gusto. Su cabello desprolijo y las manos ajadas fueron observados  más que nunca esa noche, mientras  servía la comida.
Además era algo tosca, poco instruida, y con los años iba perdiendo la figura, pero tenía un gran corazón. Y era muy buena madre.
Sin querer, toda la semana no dejó de pensar en la señora Flores, y como si el destino la quisiera poner delante, fue enterándose por comentarios que era profesora de filosofía, buena persona, buena vecina, viuda y con hijos grandes que no vivían con ella.
En la corta conversación que mantuvieron, la mujer le había prodigado la mejor de las atenciones y simpatías. Y le regaló la sonrisa más hermosa que había visto en su vida. Sus pestañas se movían como alas de mariposas delante de dos cristales de ébano negro que, literalmente, lo derritieron.


Ramírez lo llamó de urgencia.
- Che, Marcelo, vení por favor a casa que tengo un cortocircuito y la bruja se pone loca si no ve la novela.
En media hora estuvo frente a la casa de Ramírez, él mismo salió a atenderlo.
-Gracias Marcelito, por venir tan rápido, esta infeliz ya me tiene la paciencia por el piso con sus reclamos. Mirá, yo tengo que irme ya mismo al traumatólogo, el fin de semana volqué con el auto y me quedaron unos magullones. Mañana paso por tu taller y te pago, como siempre.
- Si, pierda cuidado, no hay problema.
Y sin poder evitarlo, como para ver si sacaba alguna información, agregó:
- Ah, gracias por recomendarme con la señora Flores.
Ramírez, que ya se iba, se da vuelta y le dice:
-¿Alicia? Quedó muy conforme, me dijo que te va llamar.
Le subió tanta felicidad por el cuerpo, que se sintió un hombre nuevo.

- Gracias por venir, Marcelo, se que usted es una persona muy ocupada.
- Faltaba más, señora, es un placer. Pero ¿qué le pasó en el  brazo que lo tiene enyesado?
Alicia iba a responder cuando ingresó la figura de Ramírez, al que ella, con evidente alegría, recibió con un beso.
Lo dejaron haciendo su trabajo, no sin antes, Ramírez, con un guiño cómplice, le dijera:
-Vos no viste nada, Marcelito.
Marcelo quedó totalmente perplejo, no podía aceptar lo que veía. Él todavía buscaba ese mundo de maravillas, donde era más fácil vivir. En algún lugar se debía encontrar ese sitio en donde todo fuera bello y transparente y la gente derrochara felicidad.
Secretamente había albergado la esperanza de caer en gracia a la señora Flores y hacer una amistad, que ella le contará de su glamour. Tal vez así él conocería el encanto de vivir una vida un poco menos oscura, donde el sacrificio es diario y las satisfacciones pocas.
Pero ese día tuvo la certeza de que tal mundo no existía.

Volvió a su casa más temprano que de costumbre. Su esposa, que lo conocía bien, lo interrogó con sincera preocupación.
- Marcelo... no me llamaste ¿te pasó algo?
Marcelo la miró por algunos instantes.
-Si, Élida, tenemos que conversar vos y yo. Vení, sentate acá.
Élida hizo silencio y esperó a que él le hablara.
- Negra, ¿todavía tenés ese dinero que estábamos ahorrando para un living nuevo?
- Si, Marcelo, claro, lo tengo en mi cuenta.
- Bueno, escucha bien, tesoro. Mañana no vas a ir a trabajar, te vas a ir a esa peluquería linda, adonde va mi hermana, y también te vas a comprar ropa nueva. Ah, y zapatos ¿entendiste?
Élida, que era más inteligente de lo que aparentaba, solo sonrió y asintió con la cabeza.
- Y vas a terminar tu secundario, mi vida, yo te voy a ayudar con los niños.
- Si, mi amor ¿sabés? toda la semana estuve pensando en proponértelo.
-¡Esa es mi negra, carajo! ¡Me siento muy orgulloso de vos!
Luego la abrazó fuerte, y apretando los ojos, dejó que corriera por su cara un lagrimón.