jueves, 8 de septiembre de 2011

Sin voz

Un agradable día de verano permite que entre en horas tempranas los rayitos del sol al comedor de la casa señorial.
La mesa del desayuno, finamente vestida, y Aurelia sentada allí, esperando a que llegue su marido. Los pasos inconfundibles van bajando la escalera. Los conoce muy bien, a fuerza de treinta años de convivencia y casi la misma rutina: ella se levanta mas temprano y prepara todo mientras él termina de bañarse, y luego de desayunar no lo verá por las doce o catorce horas en que estará en su trabajo.
Un “buenos días” y la lectura del diario en el que se enfrasca mientras toma a sorbos una taza de café.
- ¿Sabías que Dolores fue abuela otra vez?
No hay respuesta.
-  Héctor… ¿me escuchás? Me gustaría comprarle un regalito.
- Es tu amiga, no la mía.
Pasan cinco minutos.
- ¿Querés probar la mermelada de tomate que hice ayer?
- Dale.
- Mi hermana volvió a pedirme que la ayude en su negocio, solo sería por la mañana porque se quedó sin empleada. Y me va a pagar, así no te molesto cuando necesito plata…
Héctor baja el diario, se acerca a su cara y la mira fijamente.
- ¿Decime, a vos te falta algo, acaso? Contestame.
Aurelia se pone incómoda y desvía la mirada.
- No, no es eso, solo que a veces me gustaría tener dinero solo para gastar en lo que yo quiero.
- ¿Y en qué vas a gastar, Aurelia? ¡En pavadas! Tu trabajo está en esta casa, ya te lo dije cien veces. ¡No me molestes más!
Vuelve a su lectura.
- No, Héctor, no es eso. Solo que me cansa estar encerrada todo el día en casa, y cuando quiero salir no tengo plata ni para el colectivo, antes me entretenía con los chicos, pero hace rato que se fueron, y me siento sola. Además, todo sería igual, no cambiaría nada, te prometo que cuando vuelvas vas a encontrar la casa en orden, la comida preparada y la ropa en su sitio.
- ¿Pero decime una cosa? ¿Vos estás mal de la cabeza? ¿Tenés una idea de la inseguridad que hay allá afuera? Tu hermana vive lejos, vos seguí manejándote por el barrio que aquí nos conocen todos. Lo único que falta es que me llamen a la oficina para decirme que te pasó algo y tenga que salir a buscarte.- y elevando el tono de voz - ¿me entendiste o no me entendiste?
Aurelia baja la cabeza y dice apenas:
- Si, Héctor, esta bien.
Al día siguiente.
- Buenos días.
- Buen día, Héctor, yo ya desayuné, vos terminá y lavá los pocillos, yo ya me voy. Tengo las valijas listas, me mudo a casa de mi hermana, hace rato que me pide que te deje y que viva con ella. Y le voy a hacer caso, chau.
- ¿Ah, si? ¿Y quien te va a mantener? ¿Tú hermana viuda muerta de hambre? ¿Con ese kiosquito? ¿Qué van a comer, diarios y golosinas?
¡No me hagás reír, por favor! Con lo infeliz que sos vas a volver arrastrada en menos de una semana.
Aurelia, parada frente a él, aguanta la respiración. Y con un grito, que de tanta angustia contenida, solo llega a emitir un hilo de voz, le dice:
-¡Basura! ¡Ingrato! ¡Mal nacido! ¿Cómo te atrevés a hablarme así? ¡Porquería!
Mas liberada, el tono de voz va subiendo.
- ¡Años de aguantar tus humillaciones! ¡Me tenés cansada!
- Pero negrita…si vos sabés que te quiero. Todo esto te lo digo por tu bien. Recapacitá, mi vida. Te lo digo por vos... andate si querés, pero después no vuelvas ¿entendiste?
Se da media vuelta, pega un portazo y se va.
Pasa un largo rato.
- Che, negra ¿qué te pasa, estás distraída? Servime más café.
- Si, Héctor ¿lo querés con leche o con crema?