viernes, 16 de septiembre de 2011

La modorra

Si supiera como sacarme de encima esta modorra que me acompaña a todos lados, no estaría frente a esta máquina de escribir haciéndome tantas preguntas.
Ahora me suena a risa que los gatos negros sean vistos de mal augurio si nos pasan por delante, o que un martes trece lleve un estigma tan trágico.
Pero creo que la gente hace rato viró el sentido de sus supersticiones, pienso que ahora la sacuden cosas mas aterradoras, y todo lo demás suena a pueril.
Siempre me acuerdo de vos, Nacho. Si te tuviera cerca ya me estarías llamando para hacer una caminata por la playa, o un picnic debajo de los pinos. Y me reiría con tus cuentos divertidos sobre fantasmas y luces malas.
Pero te tuviste que ir, nomás. Ya se que nunca te adaptaste a este lugar y al frío.
En algún momento pensé en acompañarte, pero creo que nunca me lo pediste, ni yo jamás te lo sugerí. Por eso me acuerdo tanto de vos. Porque considero una torpeza el que no lo hayas hecho.
Un día recibí una carta tuya. Al principio me pareció una antigüedad, pero luego me explicabas que estabas en un lugar, no se donde, campo adentro, donde no había señal.
Seguías con tus investigaciones antropológicas acerca de costumbres autóctonas y centenarias; una ocupación que te fascinaba, aunque te obligara a andar como un trotamundos y durmiendo en cualquier sitio, de aquí para allá.
No te respondí porque no pusiste remitente; y esperé infructuosamente a que volvieras a hacerlo. Luego me resigné, de esto, hace ya tres años.
Miento si te digo que no te extrañé muchísimo. Tal vez todavía te extraño. Pero me acostumbré…
Y por inercia me van llevando los días que corren con lánguida monotonía.
Creo que nadie se da cuenta de ello, asisto a reuniones y salgo a caminar por la playa. A las tertulias de mujeres de los días jueves soy la primera en llegar, y hace rato que ninguna amiga me pregunta por vos.
Yo creo, Nacho, que ya es hora de que de una vuelta de página. Adiós.