lunes, 29 de noviembre de 2010

¡Látigo!



¡Látigo, chasquidos, látigo, látigo!
Bestia y domador  protagonizan
una escena execrable que agudiza
mi aversión por la rudeza innecesaria.
Quizás otros la reputen de proeza
pero yo  califico a esa destreza
que viene de edades milenarias,
como a una amalgama de vilezas.

¡Látigo, chasquidos, látigo, látigo!
Sube la tensión, dominio y sujeción.
-¡Más, más! ¡Somete a la fiera!
Arengan los brutos de dos patas
en emoción que enceguece y arrebata
los vestigios que usan de razón
y revelan la verdad que a hierro mata.

¡Látigo, chasquidos, látigo, látigo!
Se miden, se vigilan, se toleran.
De a ratos se escucha el reproche
del rugido cavernoso de las fieras.
-¡Más, más! ¡Domina al indomable!
Y humilla con agravios detestables
a todo quien que no haga cual tu quieras.