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jueves, 15 de septiembre de 2011

El electricista

- Hola, Marcelo, habla la señora de la calle tal ¿me recuerda?
-Si, señora, ¿cómo está?
-Bien, lo llamo por el trabajo de electricidad que quedó pendiente el otro día, disculpe que no me comuniqué antes con usted, pero tuve un problemita de salud. ¿Cuándo cree que podrá realizarlo?
- Déjeme ver, señora, en un rato le aviso.
Marcelo colgó nervioso el auricular. Finalmente lo había llamado. Se puso más que contento, pero no por el trabajo, sino porque tenía la excusa perfecta para volverla a ver. Una inquietud lo recorrió desde que oyó esa voz por primera vez, suave y sensualmente modulada, y sintió curiosidad.
La imaginó una persona joven la primera vez que llamó, y si además lo recomendaba aquel cliente, debía ser una persona muy fina. 
Cuando la vio fue algo totalmente diferente, y se sintió desconcertado, era una impresión infinitamente mejor a todo lo que había pensado.
Esa mujer debía tener unos diez años más que él, que tenía treinta y cinco,  pero de una apariencia y de tal encanto, que le costó disimular su sorpresa y concentrarse en los detalles que le iba mencionando. ¡Que dulce que era!
Finalmente terminó su trabajo y le indicó cuales eran los desperfectos que debía reparar. Otro día le pasó el presupuesto por teléfono y quedaron en que ella le avisaría.
¡Como se notaba que vivía sola! ¿Cómo puede una mujer así estar sola? Tal vez tuviera un novio, alguien importante, seguro, porque parecía de esa clase de mujeres que se dan el gusto de elegir entre muchos pretendientes.
Sin lugar a dudas ese novio era una persona afortunada. Alguien tan delicada y bonita no debía ser fácil de conquistar.

Volvió tarde ese día a su casa, su esposa lo esperaba con la cena lista y los niños dispuestos a lo largo de la mesa familiar.
Se sentó y puso sobre esa silla todo el cansancio del día.
Miró mucho a su mujer mientras contaba como le había ido en su trabajo.
Se la notaba muy cansada, limpiar casas ajenas no es nada liviano, aunque lo hiciera con gusto. Su cabello desprolijo y las manos ajadas fueron observados  más que nunca esa noche, mientras  servía la comida.
Además era algo tosca, poco instruida, y con los años iba perdiendo la figura, pero tenía un gran corazón. Y era muy buena madre.
Sin querer, toda la semana no dejó de pensar en la señora Flores, y como si el destino la quisiera poner delante, fue enterándose por comentarios que era profesora de filosofía, buena persona, buena vecina, viuda y con hijos grandes que no vivían con ella.
En la corta conversación que mantuvieron, la mujer le había prodigado la mejor de las atenciones y simpatías. Y le regaló la sonrisa más hermosa que había visto en su vida. Sus pestañas se movían como alas de mariposas delante de dos cristales de ébano negro que, literalmente, lo derritieron.


Ramírez lo llamó de urgencia.
- Che, Marcelo, vení por favor a casa que tengo un cortocircuito y la bruja se pone loca si no ve la novela.
En media hora estuvo frente a la casa de Ramírez, él mismo salió a atenderlo.
-Gracias Marcelito, por venir tan rápido, esta infeliz ya me tiene la paciencia por el piso con sus reclamos. Mirá, yo tengo que irme ya mismo al traumatólogo, el fin de semana volqué con el auto y me quedaron unos magullones. Mañana paso por tu taller y te pago, como siempre.
- Si, pierda cuidado, no hay problema.
Y sin poder evitarlo, como para ver si sacaba alguna información, agregó:
- Ah, gracias por recomendarme con la señora Flores.
Ramírez, que ya se iba, se da vuelta y le dice:
-¿Alicia? Quedó muy conforme, me dijo que te va llamar.
Le subió tanta felicidad por el cuerpo, que se sintió un hombre nuevo.

- Gracias por venir, Marcelo, se que usted es una persona muy ocupada.
- Faltaba más, señora, es un placer. Pero ¿qué le pasó en el  brazo que lo tiene enyesado?
Alicia iba a responder cuando ingresó la figura de Ramírez, al que ella, con evidente alegría, recibió con un beso.
Lo dejaron haciendo su trabajo, no sin antes, Ramírez, con un guiño cómplice, le dijera:
-Vos no viste nada, Marcelito.
Marcelo quedó totalmente perplejo, no podía aceptar lo que veía. Él todavía buscaba ese mundo de maravillas, donde era más fácil vivir. En algún lugar se debía encontrar ese sitio en donde todo fuera bello y transparente y la gente derrochara felicidad.
Secretamente había albergado la esperanza de caer en gracia a la señora Flores y hacer una amistad, que ella le contará de su glamour. Tal vez así él conocería el encanto de vivir una vida un poco menos oscura, donde el sacrificio es diario y las satisfacciones pocas.
Pero ese día tuvo la certeza de que tal mundo no existía.

Volvió a su casa más temprano que de costumbre. Su esposa, que lo conocía bien, lo interrogó con sincera preocupación.
- Marcelo... no me llamaste ¿te pasó algo?
Marcelo la miró por algunos instantes.
-Si, Élida, tenemos que conversar vos y yo. Vení, sentate acá.
Élida hizo silencio y esperó a que él le hablara.
- Negra, ¿todavía tenés ese dinero que estábamos ahorrando para un living nuevo?
- Si, Marcelo, claro, lo tengo en mi cuenta.
- Bueno, escucha bien, tesoro. Mañana no vas a ir a trabajar, te vas a ir a esa peluquería linda, adonde va mi hermana, y también te vas a comprar ropa nueva. Ah, y zapatos ¿entendiste?
Élida, que era más inteligente de lo que aparentaba, solo sonrió y asintió con la cabeza.
- Y vas a terminar tu secundario, mi vida, yo te voy a ayudar con los niños.
- Si, mi amor ¿sabés? toda la semana estuve pensando en proponértelo.
-¡Esa es mi negra, carajo! ¡Me siento muy orgulloso de vos!
Luego la abrazó fuerte, y apretando los ojos, dejó que corriera por su cara un lagrimón.


miércoles, 14 de septiembre de 2011

“Son cosas de la vida”

Sin los lazos invisibles que me ataron a vos el día en que nos conocimos, una tarde de paseo por la playa no habría tenido ninguna relevancia.
¿Pero quién dirige los destinos o puede encender por si mismo a su corazón?
Y todo deja una dulce impresión en las retinas y un gozo palpitante en las entrañas.
Si andando el tiempo esto se diluyera, entonces si, sería el resultado de una elección, porque no todos los caminos son transitados, ni todas las experiencias deseamos vivir.
Al principio lo tomé como un juego de ensayo y error, pero viviendo intensamente cada momento y sin guardar ninguna bella emoción.
Ya creo que estoy en una edad en que puedo expresar mis emociones tan abiertamente como quiera sin sentirme por ello en inferioridad de condiciones o ridícula.
Tampoco me trepo al árbol por si acaso… ¿lo pensaste? No, como se te ocurre, no soy una persona pueril.
Mis límites son no hacer daño a nadie y mi propia preservación. Por eso también es difícil que tome algo en forma trágica. Mi abuela habría dicho “son cosas de la vida”, y yo sigo ese concepto a rajatabla.
Conforme fue pasando el tiempo te fui conociendo. Y nada me ha impedido que te admire y me enamore de vos. Quise también averiguar sin mentirme, si sería capaz de aceptar tus defectos y estar a tu lado en las buenas y en las malas. ¿Pero eso como se descubre cuando se necesita a la otra persona mas que al aire que respiramos?
Un día te fuiste con la promesa de que volverías, pero el tiempo pasó y no volví a saber nada de vos. Pasé por todo tipo de estadios emocionales, hasta que me acordé de mi abuela y lo acepté.
Aceptar es poder tomar el control de la propia vida, sin aferrarse a utópicas esperanzas que te postergan.
Pero el corazón tramposo me dice: no quiero morirme sin verlo otra vez.



jueves, 8 de septiembre de 2011

Sin voz

Un agradable día de verano permite que entre en horas tempranas los rayitos del sol al comedor de la casa señorial.
La mesa del desayuno, finamente vestida, y Aurelia sentada allí, esperando a que llegue su marido. Los pasos inconfundibles van bajando la escalera. Los conoce muy bien, a fuerza de treinta años de convivencia y casi la misma rutina: ella se levanta mas temprano y prepara todo mientras él termina de bañarse, y luego de desayunar no lo verá por las doce o catorce horas en que estará en su trabajo.
Un “buenos días” y la lectura del diario en el que se enfrasca mientras toma a sorbos una taza de café.
- ¿Sabías que Dolores fue abuela otra vez?
No hay respuesta.
-  Héctor… ¿me escuchás? Me gustaría comprarle un regalito.
- Es tu amiga, no la mía.
Pasan cinco minutos.
- ¿Querés probar la mermelada de tomate que hice ayer?
- Dale.
- Mi hermana volvió a pedirme que la ayude en su negocio, solo sería por la mañana porque se quedó sin empleada. Y me va a pagar, así no te molesto cuando necesito plata…
Héctor baja el diario, se acerca a su cara y la mira fijamente.
- ¿Decime, a vos te falta algo, acaso? Contestame.
Aurelia se pone incómoda y desvía la mirada.
- No, no es eso, solo que a veces me gustaría tener dinero solo para gastar en lo que yo quiero.
- ¿Y en qué vas a gastar, Aurelia? ¡En pavadas! Tu trabajo está en esta casa, ya te lo dije cien veces. ¡No me molestes más!
Vuelve a su lectura.
- No, Héctor, no es eso. Solo que me cansa estar encerrada todo el día en casa, y cuando quiero salir no tengo plata ni para el colectivo, antes me entretenía con los chicos, pero hace rato que se fueron, y me siento sola. Además, todo sería igual, no cambiaría nada, te prometo que cuando vuelvas vas a encontrar la casa en orden, la comida preparada y la ropa en su sitio.
- ¿Pero decime una cosa? ¿Vos estás mal de la cabeza? ¿Tenés una idea de la inseguridad que hay allá afuera? Tu hermana vive lejos, vos seguí manejándote por el barrio que aquí nos conocen todos. Lo único que falta es que me llamen a la oficina para decirme que te pasó algo y tenga que salir a buscarte.- y elevando el tono de voz - ¿me entendiste o no me entendiste?
Aurelia baja la cabeza y dice apenas:
- Si, Héctor, esta bien.
Al día siguiente.
- Buenos días.
- Buen día, Héctor, yo ya desayuné, vos terminá y lavá los pocillos, yo ya me voy. Tengo las valijas listas, me mudo a casa de mi hermana, hace rato que me pide que te deje y que viva con ella. Y le voy a hacer caso, chau.
- ¿Ah, si? ¿Y quien te va a mantener? ¿Tú hermana viuda muerta de hambre? ¿Con ese kiosquito? ¿Qué van a comer, diarios y golosinas?
¡No me hagás reír, por favor! Con lo infeliz que sos vas a volver arrastrada en menos de una semana.
Aurelia, parada frente a él, aguanta la respiración. Y con un grito, que de tanta angustia contenida, solo llega a emitir un hilo de voz, le dice:
-¡Basura! ¡Ingrato! ¡Mal nacido! ¿Cómo te atrevés a hablarme así? ¡Porquería!
Mas liberada, el tono de voz va subiendo.
- ¡Años de aguantar tus humillaciones! ¡Me tenés cansada!
- Pero negrita…si vos sabés que te quiero. Todo esto te lo digo por tu bien. Recapacitá, mi vida. Te lo digo por vos... andate si querés, pero después no vuelvas ¿entendiste?
Se da media vuelta, pega un portazo y se va.
Pasa un largo rato.
- Che, negra ¿qué te pasa, estás distraída? Servime más café.
- Si, Héctor ¿lo querés con leche o con crema?



lunes, 15 de agosto de 2011

Secreto a voces

Todos los días de invierno, cuando el sol apuntaba con más fuerza sobre el jardín que daba a la calle, Margarita salía a barrer las hojas, sacar los yuyito y regar sus plantas.
Era linda Margarita, o por lo menos nadie podría decir que era una mujer fea. Con sesenta años encima, parecía de cincuenta y dos, y era tan simpática que agradaba más aún.
Su secreto era el de no hacerse problemas por nada. No leía diarios, no miraba noticieros, no hacia caso a chismes y desoía si alguno le venía con algún rumor en su contra.
Confiada por naturaleza, todos para ella eran buenas personas, ni esperaba que le ocurriera alguna desgracia, y si así fuese, hasta el momento lo había aceptado como algo mas que tuvo que vivir.
No había sido fácil su vida (evitaré aburrirlos con relatos de desgracias y tragedias personales) hasta que un día se despertó y sintió que todo lo que vivía era nuevo, que todo  lo veía por primera vez, como cuando a un moribundo se le da la oportunidad de seguir existiendo.
¿Miedo o egoísmo? ¿Facilismo o practicidad? Aunque se lo planteó alguna vez, nunca lo tuvo en claro, y, arraigada a su nueva ley de vida, tampoco le  importaba.
Dueña de dos perros barulleros a quienes todo el barrio toleraba, cumplía con ellos sacándolos de vez en cuando al parque cercano para que retozaran un poco.
Y ahí comenzaba todo. No había conocido que no se le acercara con algún problema y se lo contara.
Margarita tenía la virtud de  dar ánimo a la gente, y como además era buena escucha casi no había secreto que no conociera, por el propio interesado o por terceros que le informaban.
Jamás repetía lo que había escuchado, y eso se había podido comprobar en varias ocasiones, así que el nombre y circunstancia del interesado estaban a salvo con ella.
Pero Margarita era frágil de salud, empezó a no salir por temor a tomar frío, luego porque le molestaba el ruido, después porque la ahogaban los espacios abiertos.
Y así pasaron dos años en que Margarita cumplía con su voluntaria reclusión.
Ávida lectora de novelas de toda la vida, y con el último de sus hijos independizado, Margarita disponía de demasiado tiempo libre.
Un hermano de ella le había traído una computadora con la que poco a poco se fue familiarizando. Así aprendió a usar el mail, abrir páginas, llenarse de contactos virtuales a través del chat.
¡Ah! ¡Eso si que fue la gloria para Margarita!. Podía hablar con gente de todas partes del mundo sin salir de su casa, y siempre había alguien dispuesto a conversar con ella.                                                                                     
Con el mismo talento con que hacía hablar a sus vecinos y la confianza que despertaba, abría los corazones y movía simpatías y hasta afecto a través de la pantalla. Sus años de lectora le había dado un pulido y ameno modo de conducirse en las conversaciones, alegre y gracioso cuando podía, y solemne y comprensivo cuando lo ameritaba.
Muchas historias pasaron por ese Chat, y ella empezó a sentir la necesidad de relatarlas.
De a poco empezó a escribirlas una a una, y las relacionó entre si hasta que se hicieron muchas páginas divididas en capítulos. Parece que sin querer, había escrito un libro.
Lo releyó y corrigió varias veces, y un día se lo envió a uno y otro de sus contactos que pacientemente se comprometieron en leerlo.
Los comentarios fueron más que satisfactorios, historias ficticias de un barrio ficticio, donde a sus habitantes ficticios les acontecía lo que a todo el mundo, cosas buenas y malas, pero contado con sencillez y gran talento por la novel escritora.
Un día Margarita, animada por tanta buena crítica, fue al registro a patentar su obra. Bueno, para que contar todo lo que hubo que movilizar para ello, hasta que un sobrino le hizo de acompañante y apoyo moral.
Y otro día la presentó a una editorial. Ahí si los editores tuvieron que molestarse en ir hasta la casa de Margarita. Cerraron el contrato y en pocos meses se dio el libro a publicidad lanzándolo al mercado con singular éxito.
Sus vecinos, enterados de la noticia por los diarios, fueron los primeros en felicitarla, y los primeros en comprar ejemplares de la novela.
Ahora cuando Margarita sale al jardín, esta sola. Ya no le devuelven ni los saludos ni las sonrisas. Ni hay vecinos que se acerquen a preguntarle si necesita algo, claro, a nadie le gusta que todo el barrio esté al tanto de sus intimidades, pero ¿cómo hacerles entender a sus vecinos que las cosas que escribió son cosas que les pasa a todo el mundo?.


lunes, 8 de agosto de 2011

Marido usado se alquila


Los minutos pasaban lentos y había tanto silencio en la noche que la ahogaba. Como un tigre enjaulado daba vueltas por el pequeño departamento de un ambiente lleno de muebles viejos y cajas amontonadas.
Estaba hecha una furia, otra vez había descubierto que su marido la engañaba, y lo esperaba para enfrentarlo. Esa basura que no valía dos centavos, un fracasado que la había hecho pasar una vida de privaciones, humillantes mudanzas y descrédito social.
Cuando lo conoció se había dejado impresionar por el título de ingeniero civil que él ostentaba. En esos momentos parecía que se llevaba el mundo por delante, con su coche importado y sus trajes caros, le prometió una vida más que decorosa, y se sintió la reina de un palacio que nunca había tenido, pero que ambicionaba. También estaba el detalle de que Enrique era casado, pero tenía la promesa que dejaría a su mujer por ella, y ella, una oscura empleada, no pudo resistirse a esa proposición.
Pero hubo muchos años de carencias después, malos negocios y la falta de capacidad profesional de Enrique, llevó a la familia a mudarse de la capital a otra ciudad mas pequeña, pusieron un negocio de ropas, pero tampoco les fue muy bien, y mientras ella se quedaba atendiendo el comercio, Enrique tomaba un bolso y salía a vender por la calle.
Luego le llegó la oportunidad tan deseada, le ofrecieron a Enrique una obra en un pueblo, y se volvieron a mudar, esta vez con hijos a cuesta, pero esa obra nunca llegó a realizarse y sobrevivieron con pequeños trabajos de construcción y otras changas.
Gladis, como buena esposa, lo acompañó en todo, cuando había y cuando no había, amarrocando cada peso que juntaban y poniéndolo, trasformados en dólares, en una cuenta en común, porque después de todo, eran los ahorros para la vejez.
No era ni por asomo la vida que ella hubiera soñado, pero no era bella ni muy inteligente, al menos tenía un marido que era ingeniero, y eso tenía su valor.
Y así, acumulando rencores y desencantos, llegaron a sus bodas de plata, con reproches continuos, con peleas, con insultos y faltas al respeto, pero seguían juntos. Gladis en la cuidad, a tres horas de viaje del pueblo de donde no había querido irse Enrique. Separados pero juntos, viéndose los fines de semana, para mirarse las caras y recordarse mutuamente que no se querían.
Pero después de veinticinco años Gladis no cedería los derechos adquiridos, porque además de ser la madre de sus hijos, fue también su socia y compañera, y antes muerto que ver que la dejara como alguna vez abandonó a su primera mujer. Porque ya no era joven, no tenía estudios ni experiencia laboral, y porque ya era tarde, porque no quería empezar de nuevo… y porque no era linda… ni inteligente,  y le haría pagar una a una, en vida, todas sus frustraciones.


Enrique estaba perdido en sus pensamientos en la mesa de un bar. Hacía mucho frío afuera. Solo, como loco malo, con los ojos volados quien sabe donde, haciendo tiempo y sin ganas de volver a su reducido apartamento alquilado donde lo esperaba Gladis. Ojalá que cuando llegue estuviera dormida, entonces cerraría los ojos y se echaría a descansar.
Cada vez le resultaba mas insoportable la convivencia, estaba seguro de no amarla, y esa separación salvadora que habían pautado un año atrás se vio interrumpida porque había sido descubierto en un engaño. Desde ese día Gladis no dejó de llamarlo a cada rato, a la casa y al celular, hasta que prefirió vigilarlo mas de cerca resignando la comodidad de su departamento de la ciudad para irse a vivir con él. Desde ese día ella atendería todas las llamadas y se haría ver por los vecinos que no ignoraban las trapisondas de su marido, pero como perro que marca su territorio, ella tomaría otra vez el control de la situación.
Pero ¿hasta cuando y como se puede soportar? Solamente por el gran amor al dinero que Enrique tenía y que se encontraba ahora en manos de su mujer. Ambos incluso habían hecho inversiones y poseían un modesto capital del que no quería desprenderse. Ese ahorro a él le había costado muchas caminatas con un bolso a cuesta vendiendo chucherías y ropa interior. Hace rato que había cambiado su auto importado por un a vieja bicicleta, y era tanto el resentimiento que sentía por esta situación, que se volvió una persona ventajera y egoísta. En muchos años no había hecho amigos, ni tampoco despertaba simpatías. Todo para él era un toma y daca, su tacañería era notoria y era capaz de llevar una vida miserable antes que gastar un solo peso.
Pero sus sesenta años encima le pesaban mucho, ya no le quedaban muchas fuerzas ni tampoco dignidad. Ya se había acostumbrado a la vida que llevaba, que mentirosa o no, era mejor que no tener nada.

Él tampoco era un hombre aventajado en apariencia, y lo sabía. Y tenía la convicción de que esa carencia solo se suplía con mentiras y relatos de glorias pasadas. Don Juan de fácil levante cuando alguna vez tuvo dinero, ahora recurría al engaño con el que impúdicamente cumplía de maravillas.
Traicionó a su mujer desde el principio, todas aventuras breves o lo que le durara, hasta que un día se cruzó con alguien que realmente le interesó, y allí no supo que hacer, mas que seguir mintiendo.
Cuando Gladis se enteró se armó la hecatombe, peleas, gritos, insultos. Él le confesó que se había enamorado, y fue para peor.
Con los pocos vestigios de dignidad que le quedaban, quiso terminar su matrimonio, pero luego lo pensó, era mucho lo que perdería materialmente.
Mejor seguir diciéndole a Gladis que la seguía amando y  que no volvería a suceder, aceptando las cosas que ella le quitaba, y las que le imponía. No era caro, ese era su precio de alquiler.
Tal vez, pasado el tiempo, ella bajaría la guardia y él podría volver a engañarla, pero con mas cautela.
Y resignar el amor, como aquel que sintió en la intimidad más perfecta que alguna vez había soñado.


¿Cuánto tiempo hace que Clara se está maquillando y probando los vestidos? Daniel pronto vendría a buscarla. Estaba más que feliz, con esa felicidad que solo brota de un corazón enamorado.
Del fondo de un cajón, mientras buscaba unas medias, encontró un frasco de aceite de rosas. Lo tomó con extrañeza con las dos manos, y mirando el frasco, se sentó sobre la cama. Era un regalo de Enrique. Nunca le había regalado nada, más que un par de medias baratas que él vendía, y ese regalo la había sorprendido.
No pudo dejar de recordar con agradecimiento los momentos en que había sido feliz con él, porque los momentos felices no eran muy comunes hasta ese entonces en su vida.
Enrique era tan amoroso cuando era amoroso. Insistió muchísimo para conquistarla, se mostraba amable, la ayudaba en todo, la llamaba a todas horas del día. Hasta imponía su presencia cuando había amigos de ella en la casa, porque quería que todos sepan que él, y solo él, estaba con ella.
Por Clara lloro varias veces, llegó a sentir tanto amor que no le cabía en el pecho, y se lo decía a cada rato, para que le crea.
Pero cuando al fin toda su batería de recursos le dio resultado, Enrique mostró su verdadera personalidad. Intentaba manipularla para que se resintiera en su autoestima, no porque así lo deseara, sino porque era la única forma en que él había aprendido que una mujer podía estar a su lado.
Y la doble vida que llevaba, hacia también estragos en él.
Estaba siempre nervioso, ya casi le era imposible disimular, y quería hacerlo todo lo mas que pudiera, hasta que Clara se enamorara perdidamente de él, porque todavía ese momento no había llegado y él lo sabía, pero cuando llegase, ahí si la manejaría a su antojo.
Con suerte la convertiría en su amante, y no perdiendo nada, ni esposa ni a su querida, las cosas seguirían estando en su lugar.
¡Qué cínica se puede volver un alma egoísta! ¡Cuán poco le interesa el daño que puede causar en los demás!
Algunos recuerdos pasaron por la mente de Clara cargados de compasión. Ella sabía muy bien lo que Enruque había sentido por ella. Esas cosas que son imposibles de disimular. Y al final de un profundo suspiro se le escapan de los labios un “-¡De lo que me salvé!-”.
Pero ya siente el sonar del timbre de la casa. Daniel está en la puerta. Que loco le resulta ahora que no atendiera sus llamados porque él vivía tan lejos de allí, y sin embargo, él le decía que se enamoró de ella apenas la vio y que su sueño era ir a buscarla, que nunca se había olvidado de aquel beso que se habían dado y que lo llevaba marcado a fuego.
Y actuó como cuando un hombre ama a una mujer.
No quería creerle porque fue solo una vez, y porque vivía lejos, y por no sufrir un desengaño.- ¡Qué ironía!-, pensó mientras se subía al auto importado de Daniel.

Finalmente, Enrique llegó a su casa, cerró sus oídos a los reproches e insultos consabidos, bajó la cabeza… y se metió en la cama.
Mañana sería otro día, y pasado otro, pero él tendría el dinero que ahorro con tanto sacrificio para su vejez.

lunes, 24 de enero de 2011

Piloto de tormentas

 

Invita a adormecerse el tibio sol de otoño sobre Pinamar, caliente y brillante que ciega con su resplandor. Una belleza de pueblo turístico, próspero y elegante, construido a las orillas del océano Atlántico. Su aire limpio con aromas a pinos y eucaliptos penetra hasta lo más profundo de los pulmones renovando de energía al paseante y al residente.
Un silencio acoraza la temporada baja del lugar, época en donde muy poca gente lo visita y Pinamar se vuelve más íntimo al lugareño.
Bajando por la amplia calle principal hacia el mar, camina Adriana. Segura de querer llegar hasta donde se abre el cielo que se confunde con el mar y se unifican, y sentarse sobre esa arena blanca y descansar los ojos con el paisaje imponente del mar.
¡Cuántos otoños transitó esas calles tan queridas! Ya son quince desde que llegó de una provincia pensando que solo sería por un verano y nunca mas se fue.
Ahora, con casi cinco décadas encima, le sería difícil regresar, piensa. Sus amigos, sus dos hijos, su actividad y su vida están ahora aquí, en este paraíso verde y oro, lleno de bellezas naturales…y sus afectos. No esta sola si tiene amigos, pareja no, hace mucho tiempo. Pero ese es otro tema.
Son casi las tres pm y no ha almorzado, empieza a sentir languidez, no estaría nada mal detenerse a comer algo en algún lugar que le quede de paso.
Encuentra un café y se sienta, en la vereda, bajo ese lindo sol, y casi tiene ganas de estirar su cuerpo con la misma soltura que lo haría dentro de las cuatro paredes de su casa. Y empieza a mirar la escena tan conocida por ella, algún automóvil que pasa, algún transeúnte, los edificios Hasta que ya mira sin ver, hasta que la mente vuela, hasta que el cuerpo se traslada al lugar en donde sus pensamientos la llevan, revisiones de experiencias, balances de lo vivido, gozo de lo logrado. Cierra por un momento sus ojos, en calma, hay tanta paz, tanta satisfacción que se dibuja en esa hermosa sonrisa.


Pero Daniel esta nervioso, vino a Pinamar esperando encontrarse con un cliente con el que iba a concretar un negocio importante y ahora lo llama avisando que retrasará su llegada por razones particulares. Otro día más que pierde, pero luego razona que se dedicará mientras espera, a disfrutar de su obligada estadía en este lugar que tanto le gusta. Hace veintisiete años que viene a Pinamar, cuando construyó su casa no tenía vecinos, y las dunas eran murallones de dos metros que debía atravesar caminando para llegar a la playa, donde cada verano vio crecer a sus hijos, que ahora son grandes.
Ama cada rincón de ese lugar, conoce cada calle, cada playa, cada vereda.
Ya pasaron los tiempos en que le quitaba horas al sueño por trabajar para desarrollar su empresa, también se podía permitir este descanso inesperado.
Se acomodó en una silla del café y extendió el diario para leer las noticias, pero en realidad no tenía ganas. Lo dobló y lo dejó sobre la mesa, apagó los celulares y cerró su computadora para que no le llegara nada del mundo exterior, solamente ese momento que era nada más que suyo.
Tal vez si esto lo hubiese hecho mas seguido su esposa no se habría ido de su lado, cansada de tanta ausencia y falta de atención, hace ya diez años.
La vorágine de su actividad le dejó poco tiempo para reparar en ello. A él le gusta el vértigo, la adrenalina que implica la lucha de poderes. Tantas veces se vio en situaciones difíciles, pero asumió el riesgo y salió fortalecido en lo que él cree que es su mayor logro: ser un piloto de tormentas.


De un momento a otro Adriana sale de su ostracismo, a pocos pasos de su mesa puede ver la atractiva figura de Daniel. Alto, cabellos negros y ojos azules, y un rostro de facciones proporcionadas pero muy pensativas. Dándose cuenta que no la mira, ella aprovecha para observarlo, seguro que no es de ese lugar. Tantos años viviendo ahí le permiten darse cuenta quién es turista y quién no. Una gran turbación le recorre el cuerpo que reacomoda en su silla, inquieta. No puede dejar de mirarlo, se ha sentido atraída por la figura de Daniel. Es una linda impresión, hace mucho tiempo que no sentía esa sensación que sacude con fuerza su pereza emocional. Mira cada detalle de su ropa deportiva, sus ademanes, ah,¡cómo le gustaría que él le hablara! Y baja la vista hacia la revista que tiene en sus manos, con vergüenza de que él se de cuenta de su interés.


-Mañana me voy a pescar. Veo si alguien me acompaña, o voy solo…pero que lindo sería no ir solo, tal vez con algún amigo. Pero no quiero un amigo, me gustaría tener por compañía una amiga, una novia, alguien con la cual me sintiera a gusto, alguien que se interesara íntimamente por mi, como esa chica ¡qué bonita es! ¡qué lindos ojos tiene! ¿Será de aquí? está vestida con mucha informalidad…
En un momento Daniel se sonríe de si mismo, claro que estaba acostumbrado a ver chicas bonitas, y mucho mas que Adriana todavía, pero lo inusitado es que volviera a sentir esa ternura inocente de una primera vez, que hace mucho años no sentía. Más bien, cuando conocía a una mujer se ponía en pose, como un dios, soberbio y hasta prepotente sabiendo que era merecedor de la admiración femenina, o eso creía. Él era un ganador, se sentía una persona muy especial, y ahora se arrobaba con la presencia de una señora sencilla; bonita, si, pero que no estaba producida y parecía mas interesada en su lectura que en atraer su atención.
Pero su orgullo propio era mayor, no haría nada que haga notar su interés por ella. ¡Pero no podía dejar de mirarla!
-¿Será casada, estará sola? Que hermoso cutis tiene, que lindo que debe ser acariciar esa piel tan suave…y esos cabellos negros…
Sus hormonas, excitadas por el entusiasmo, se hacían sentir, sus latidos se aceleraban y sus mejillas comenzaron a arder. Pero otra vez se hizo cargo de la situación, respiró hondo y se relajó, pero le costó mucho guardar la compostura.


El alboroto de las cotorras evade a Adriana de su timidez y le da la excusa perfecta para mirar al cielo y posar otra vez su mirada sobre Daniel.
-Creo que me está mirando, ¿pero será a mí? Cómo me gustaría que un hombre como ese me llevara alguna vez del brazo ¿y si le hablará, y con qué excusa? No, se daría cuenta, mejor no. Si, me está mirando, espero que no sea de esos que buscan aventuras fáciles, le voy a sonreír un poco, a ver si me habla…
-Me está sonriendo. Le voy a hablar…


Pasaron un larguísimo rato diciéndose palabras amorosas con los pensamientos, acariciándose con el corazón, con las sensaciones, con la fuerza de una pasión inesperada, y luego, cada uno se levantó de su asiento y tomaron su rumbo, sin haberse atrevido a cruzar una sola palabra.


Adriana fue más realista, entendió que fue una atracción y que aunque linda en sensaciones, duró por unas horas; pero a Daniel no le pasó lo mismo.
Al día siguiente sentía una angustia intensa, él no estaba acostumbrado a perder oportunidades ni a renunciar.
Buscó a Adriana con una desesperación casi frenética por todo el pueblo, entrando a los almacenes, recorriendo las calles, los bares, los edificios públicos, pero no la encontró. Muy triste regresó a Buenos Aires con el desconsuelo que sienten los enamorados al perder a su primer amor. Era tanto el vacío interior que tenía que ponía en una desconocida todos sus anhelos. Volvió a Pinamar cuantas veces pudo, pero nunca la halló, estaba cegado por un espejismo.
Y el tiempo, que todo lo suaviza, hizo que de a poco fuese abandonando esa aspiración.


Pero los malos negocios que hizo y los compromisos asumidos lo obligaban a irse del país, no tenía otro remedio que escapar. Los pocos escrúpulos lo llevaron a relacionarse con personas oscuras que ahora le exigían un pago que él no podía afrontar. Vendió todo lo que tenía y viajó un par de veces para radicarse en Venezuela. Pone en venta su casa de Pinamar y al fin le avisan que hay un comprador, viaja para allá con el tiempo justo para cerrar el trato y tomarse el avión que lo llevarían lejos de sus problemas, porque esta vez no pudo resolver su situación. La tormenta lo había superado.
Cansado y de mal humor llega a la inmobiliaria, entra por la puerta y espera que lo atiendan enseguida. Pero sentada en un escritorio está Adriana.
Se quedó helado y comienzo a sudar frío ¡al fin la había encontrado!
Se sentó y esperó que terminara con otros clientes que estaban delante de él, y trató de ordenar sus pensamientos. La cabeza le daba vueltas, las manos le sudaban, y estaba seguro que cuando le hablara le temblaría la voz.
Adriana lo miró y le regaló la mas dulces de sus sonrisas, Daniel sentía que se derrumbaba.
-Disculpe, ¿se siente mal?-
Daniel la miró detenidamente, la imaginó el ser mas inocente del mundo, la veía tan sencilla y feliz. El retrato de unos niños en su escritorio y otra foto donde se la veía sentada en un jardín lleno de flores y un perro a su lado.
No sabía, pero estaba seguro de que estaba sola. Podría retrasar su partida dos o tres días mas, podría hablarle y confesarle cuanto deseó estar con ella todo este tiempo, convencerla de que lo acompañase. Sabía, estaba seguro que Adriana lo aceptaría. Podría comenzar de nuevo y terminar sus días como siempre lo había soñado, acompañado por una buena mujer, que lo atendiese y sea su compañera, y a la que amase más que a nadie.
Y la miró...la miró... y  la vio como la imaginaba. Entonces pidió hablar con el dueño de la inmobiliaria; y a la hora ya estaba de regreso a Buenos Aires.





La tía María Inés


-Ver la penumbra de sus ojos y enamorarme fue una sola cosa. No entiendo porqué en vez de ver el globo aerostático me confundo con su lastre.
Así se quejaba la tía María Inés a mí, una mocosita de 11 años, cuya principal y maravillosa virtud era escuchar atentamente sus desencantos amorosos.
María Inés tiene 35 años, muy bonita, solvente económicamente, abogada y una eximia profesional en el arte de elegir novios atorrantes, vagos, casados y rufianes.
Pero luego pretendía darme consejos para cuando llegase mi hora de buscar marido. En realidad, y para no ser atrevida no se lo dije, hubiese preferido que me escriba sus memorias para hacer totalmente lo contrario.
Su hermana mayor, mi madre, al momento se daba cuenta que María Inés volvía a estar sola y solo esbozaba una sonrisa cuando me pasaba el auricular del teléfono diciéndome
- Buscan a la sobrina preferida-.
Bueno, a mi no me iba tan mal. Los paseos, helados, regalos y tantas cosas que me obsequiaba la tía en sus ratos de abstinencia, eran impresionantes.
Pasaron muchos años y nuestro vínculo de amor y confianza nunca se cortó. La hice tía abuela dos veces, y un día, después de un largo viaje que hizo por Europa, cuando María Inés contaba con 65 años, todavía muy hermosa y dinámica, volvió con la noticia que se casaba.
Casi me caigo de la impresión.
- ¿Pero, en serio? Bueno… en horabuena. La verdad que me daba cosa verte siempre sola y sin pareja. Me alegro.
Se hizo un largo silencio y me sostuvo una mirada que nunca hubiera querido tener sabre mi, como si mirase a una extraña, entre enojada y sorprendida.
Y al fin, me dijo con gravedad:
- Nena, vos viste todo lo que tenías que ver. Esta es solo una pareja con papeles.