sábado, 20 de agosto de 2011

Entrar en tu vida

Que raro es entrar en la vida de alguien
a veces se impone, a veces deseas,
otras veces pasa aunque no propongas
y algunas veces te cierran la puerta.

Que sorpresa es el primer encuentro
que llega cargado de expectativa
a veces se cumple, otras veces niega
cualquier preconcepto que tengas por guía.

Entrar en la gente, entrar en su vida,
jamás esta exento de un gran compromiso
  bien para quedarte o nunca más verla
o el que te incluyan sin pedir permiso.

Cualquier impresión que hayas dejado
la primera vez que a sus ojos miras
la acompañará cuando se te nombre
y su boca frunza en desagrado o risa.

Tal vez mucha gente que vive ausente
de todo aquello que otra gente brinda
le parecerá como indiferente
lo que a mi me causa especial delicia

Si tú me permites entrar en tu vida
pondré todo empeño por dar el abrigo
a una expresión que suena a milagro:
que es recrear juntos la palabra “amigos”

Yo te canto Pinamar

Yo te canto, Pinamar y no te asombre,
que mi voz sea de risa y de quebranto,
como muchos que te hemos elegido
vinimos de otras tierras en otros años.

Nos recibiste con tu aire cristalino
y tu cielo muy azul y espejado,
por beber de tu sol nos confundimos
en tu paisaje colorido y encantado.

Y tu mar que se agita embravecido
en las noches oscuras del invierno
como potros son las crestas de sus olas
que cabalgan con locura y desenfreno.

Pero cuando por fin llega el estío
tus playas como el oro refulgente
doma el aire en pereza seductora
y se prepara a recibir a tanta gente.

No te niego; Pinamar, que algunas veces
mi recuerdo se ha perdido en otro lado,
en aquel lugar donde he vivido,
donde muchos afectos he dejado.

Aunque ya han pasado muchos años
agradezco que mis pies pisen arena
y la sabia de tus pinos verde estaño
se confunda con la sangre de mis venas.

No te canses viajero peregrino
de volver año a año a esta tierra.
Pinamar es lo que todos merecemos
si te gusta de gozar las cosas bellas.
Gracias a ti he correspondido a lo que la vida al nacer me ha mandado
Y liberas las cadenas milenarias aunque nunca jamás me esclavizaron.
Y tal vez (aunque yo se) fuiste el medio por lo cual me he intensificado
Y me declaro descubridor de lo absoluto aunque nunca nada nuevo haya inventado.
¡Soy feliz! He cumplido el destino que mis padres al procrearme me han legado
Y después de que te he conocido otros hijos llegarán para heredarlo.

La cita

Esta, la sonrisa, que en mis labios llevo
Me la hizo un hombre sin mover un dedo.
Fui a su encuentro como a cualquier otro
Sin expectativas, sin presentimiento
Un paseo mas, un divertimento.
Y cuando nos vimos, me atrapó turbada
Su mirada linda, su mirada clara,
De aquellas que hablan sin decir palabras.
Pero luego habló, y lo que me dijo
Con suaves modales, con tan fino estilo
Me llevaron alto, casi al paroxismo.
No me dio un beso, no prometió nada
Tal vez un regreso, o una llamada.
Su interés en mi colmaron mis ganas
Tanto me sedujo, tanto me halagaba
Y no me ocultó que le era deseada.
Y, después de un rato, regresé a mi casa
No sin proponerme que en él pensara.
Y en todo ese encanto de gracia fluida
Más que codiciada, me sentí atendida.

Comunión

Que mas grande que la mar en tempestad
que vuelve de color verde a sus aguas
y sin embargo deja olvidadas sus enaguas
de espuma sobre la arena ardiente.
Esplendente, el sol en el poniente
que engalana de colores el abismo.
Regio mar, regio sol, regio ausentismo
de sentirnos solos en el universo,
desnudos de derecho y de reverso,
ebrios de unión con nosotros mismos.

Injusticias

Injusticias hay en toda vida,
no puedes salvarte del destino
y por más que el sol salga divino
sobre justos e injustos cada día
sigue andando tú en mansedumbre
mientras ese mismo sol todo lo alumbre
hasta el momento que preceda a tu partida.
Que para ti lo virtuoso sea consuelo
y la impiedad no te cubra como un velo
que confundan tu mente y tu sentir.
busca la corona incorruptible
más que toda joya adquirible
y te será más dulce el acontecer
de aquellas injusticias venideras
que a todo ser piadoso espera
y que la venganza sea de Dios, y no de ti
.

Milagro del amor

Amor que se va trocando
de amor de pareja al de amigos.
¿No es un milagro de amor
que tu te alegres conmigo?

Si entre los dos sostuvimos
un capullo entre las manos.
¿No es un milagro de amor
que con amistad nos amamos?

Si abrimos el corazón
y secretos nos contamos
¿No es un milagro de amor
que tanto nos conozcamos?

Si las caricias servían
para apagar nuestro fuego.
¿No es un milagro de amor
que ahora nos den consuelo?

Si antes desesperábamos
por vernos a cada momento.
¿No es un milagro de amor
que aún nos necesitemos?

Si de tanto jurar amor
pusimos a Dios por testigo,
que el amor que nos tuvimos
sea el premio, no el castigo.

jueves, 18 de agosto de 2011

No dejes que te olvide

No me dejes olvidar que te he amado
y permite que me rinda a tu sonrisa.
¿Cómo puedo explicar que te he adorado
si no extrañara cada tanto a tus caricias?

¿Cómo puedo justificar que no habrá otra
que tenga aquello que tu cuerpo necesita?
Porque olvidándote los días se harán largos
y al recordarte se harán mis noches tibias.

Entonces, no consientas que te olvide
y sigue siendo aquel amor que me activa,
aquel que me ha dejado más que sola
al privarme de tu amada compañía.

Pero aún, asi y todo yo prefiero,
recordarte y extrañarte cada día
que olvidar que te he amado con tal fuerza
que sentí por vez primera ¡que estoy viva!

Y por último, amor mío, si pudieras,
tú tampoco no me olvides todavía.

lunes, 15 de agosto de 2011

Secreto a voces

Todos los días de invierno, cuando el sol apuntaba con más fuerza sobre el jardín que daba a la calle, Margarita salía a barrer las hojas, sacar los yuyito y regar sus plantas.
Era linda Margarita, o por lo menos nadie podría decir que era una mujer fea. Con sesenta años encima, parecía de cincuenta y dos, y era tan simpática que agradaba más aún.
Su secreto era el de no hacerse problemas por nada. No leía diarios, no miraba noticieros, no hacia caso a chismes y desoía si alguno le venía con algún rumor en su contra.
Confiada por naturaleza, todos para ella eran buenas personas, ni esperaba que le ocurriera alguna desgracia, y si así fuese, hasta el momento lo había aceptado como algo mas que tuvo que vivir.
No había sido fácil su vida (evitaré aburrirlos con relatos de desgracias y tragedias personales) hasta que un día se despertó y sintió que todo lo que vivía era nuevo, que todo  lo veía por primera vez, como cuando a un moribundo se le da la oportunidad de seguir existiendo.
¿Miedo o egoísmo? ¿Facilismo o practicidad? Aunque se lo planteó alguna vez, nunca lo tuvo en claro, y, arraigada a su nueva ley de vida, tampoco le  importaba.
Dueña de dos perros barulleros a quienes todo el barrio toleraba, cumplía con ellos sacándolos de vez en cuando al parque cercano para que retozaran un poco.
Y ahí comenzaba todo. No había conocido que no se le acercara con algún problema y se lo contara.
Margarita tenía la virtud de  dar ánimo a la gente, y como además era buena escucha casi no había secreto que no conociera, por el propio interesado o por terceros que le informaban.
Jamás repetía lo que había escuchado, y eso se había podido comprobar en varias ocasiones, así que el nombre y circunstancia del interesado estaban a salvo con ella.
Pero Margarita era frágil de salud, empezó a no salir por temor a tomar frío, luego porque le molestaba el ruido, después porque la ahogaban los espacios abiertos.
Y así pasaron dos años en que Margarita cumplía con su voluntaria reclusión.
Ávida lectora de novelas de toda la vida, y con el último de sus hijos independizado, Margarita disponía de demasiado tiempo libre.
Un hermano de ella le había traído una computadora con la que poco a poco se fue familiarizando. Así aprendió a usar el mail, abrir páginas, llenarse de contactos virtuales a través del chat.
¡Ah! ¡Eso si que fue la gloria para Margarita!. Podía hablar con gente de todas partes del mundo sin salir de su casa, y siempre había alguien dispuesto a conversar con ella.                                                                                     
Con el mismo talento con que hacía hablar a sus vecinos y la confianza que despertaba, abría los corazones y movía simpatías y hasta afecto a través de la pantalla. Sus años de lectora le había dado un pulido y ameno modo de conducirse en las conversaciones, alegre y gracioso cuando podía, y solemne y comprensivo cuando lo ameritaba.
Muchas historias pasaron por ese Chat, y ella empezó a sentir la necesidad de relatarlas.
De a poco empezó a escribirlas una a una, y las relacionó entre si hasta que se hicieron muchas páginas divididas en capítulos. Parece que sin querer, había escrito un libro.
Lo releyó y corrigió varias veces, y un día se lo envió a uno y otro de sus contactos que pacientemente se comprometieron en leerlo.
Los comentarios fueron más que satisfactorios, historias ficticias de un barrio ficticio, donde a sus habitantes ficticios les acontecía lo que a todo el mundo, cosas buenas y malas, pero contado con sencillez y gran talento por la novel escritora.
Un día Margarita, animada por tanta buena crítica, fue al registro a patentar su obra. Bueno, para que contar todo lo que hubo que movilizar para ello, hasta que un sobrino le hizo de acompañante y apoyo moral.
Y otro día la presentó a una editorial. Ahí si los editores tuvieron que molestarse en ir hasta la casa de Margarita. Cerraron el contrato y en pocos meses se dio el libro a publicidad lanzándolo al mercado con singular éxito.
Sus vecinos, enterados de la noticia por los diarios, fueron los primeros en felicitarla, y los primeros en comprar ejemplares de la novela.
Ahora cuando Margarita sale al jardín, esta sola. Ya no le devuelven ni los saludos ni las sonrisas. Ni hay vecinos que se acerquen a preguntarle si necesita algo, claro, a nadie le gusta que todo el barrio esté al tanto de sus intimidades, pero ¿cómo hacerles entender a sus vecinos que las cosas que escribió son cosas que les pasa a todo el mundo?.


lunes, 8 de agosto de 2011

Marido usado se alquila


Los minutos pasaban lentos y había tanto silencio en la noche que la ahogaba. Como un tigre enjaulado daba vueltas por el pequeño departamento de un ambiente lleno de muebles viejos y cajas amontonadas.
Estaba hecha una furia, otra vez había descubierto que su marido la engañaba, y lo esperaba para enfrentarlo. Esa basura que no valía dos centavos, un fracasado que la había hecho pasar una vida de privaciones, humillantes mudanzas y descrédito social.
Cuando lo conoció se había dejado impresionar por el título de ingeniero civil que él ostentaba. En esos momentos parecía que se llevaba el mundo por delante, con su coche importado y sus trajes caros, le prometió una vida más que decorosa, y se sintió la reina de un palacio que nunca había tenido, pero que ambicionaba. También estaba el detalle de que Enrique era casado, pero tenía la promesa que dejaría a su mujer por ella, y ella, una oscura empleada, no pudo resistirse a esa proposición.
Pero hubo muchos años de carencias después, malos negocios y la falta de capacidad profesional de Enrique, llevó a la familia a mudarse de la capital a otra ciudad mas pequeña, pusieron un negocio de ropas, pero tampoco les fue muy bien, y mientras ella se quedaba atendiendo el comercio, Enrique tomaba un bolso y salía a vender por la calle.
Luego le llegó la oportunidad tan deseada, le ofrecieron a Enrique una obra en un pueblo, y se volvieron a mudar, esta vez con hijos a cuesta, pero esa obra nunca llegó a realizarse y sobrevivieron con pequeños trabajos de construcción y otras changas.
Gladis, como buena esposa, lo acompañó en todo, cuando había y cuando no había, amarrocando cada peso que juntaban y poniéndolo, trasformados en dólares, en una cuenta en común, porque después de todo, eran los ahorros para la vejez.
No era ni por asomo la vida que ella hubiera soñado, pero no era bella ni muy inteligente, al menos tenía un marido que era ingeniero, y eso tenía su valor.
Y así, acumulando rencores y desencantos, llegaron a sus bodas de plata, con reproches continuos, con peleas, con insultos y faltas al respeto, pero seguían juntos. Gladis en la cuidad, a tres horas de viaje del pueblo de donde no había querido irse Enrique. Separados pero juntos, viéndose los fines de semana, para mirarse las caras y recordarse mutuamente que no se querían.
Pero después de veinticinco años Gladis no cedería los derechos adquiridos, porque además de ser la madre de sus hijos, fue también su socia y compañera, y antes muerto que ver que la dejara como alguna vez abandonó a su primera mujer. Porque ya no era joven, no tenía estudios ni experiencia laboral, y porque ya era tarde, porque no quería empezar de nuevo… y porque no era linda… ni inteligente,  y le haría pagar una a una, en vida, todas sus frustraciones.


Enrique estaba perdido en sus pensamientos en la mesa de un bar. Hacía mucho frío afuera. Solo, como loco malo, con los ojos volados quien sabe donde, haciendo tiempo y sin ganas de volver a su reducido apartamento alquilado donde lo esperaba Gladis. Ojalá que cuando llegue estuviera dormida, entonces cerraría los ojos y se echaría a descansar.
Cada vez le resultaba mas insoportable la convivencia, estaba seguro de no amarla, y esa separación salvadora que habían pautado un año atrás se vio interrumpida porque había sido descubierto en un engaño. Desde ese día Gladis no dejó de llamarlo a cada rato, a la casa y al celular, hasta que prefirió vigilarlo mas de cerca resignando la comodidad de su departamento de la ciudad para irse a vivir con él. Desde ese día ella atendería todas las llamadas y se haría ver por los vecinos que no ignoraban las trapisondas de su marido, pero como perro que marca su territorio, ella tomaría otra vez el control de la situación.
Pero ¿hasta cuando y como se puede soportar? Solamente por el gran amor al dinero que Enrique tenía y que se encontraba ahora en manos de su mujer. Ambos incluso habían hecho inversiones y poseían un modesto capital del que no quería desprenderse. Ese ahorro a él le había costado muchas caminatas con un bolso a cuesta vendiendo chucherías y ropa interior. Hace rato que había cambiado su auto importado por un a vieja bicicleta, y era tanto el resentimiento que sentía por esta situación, que se volvió una persona ventajera y egoísta. En muchos años no había hecho amigos, ni tampoco despertaba simpatías. Todo para él era un toma y daca, su tacañería era notoria y era capaz de llevar una vida miserable antes que gastar un solo peso.
Pero sus sesenta años encima le pesaban mucho, ya no le quedaban muchas fuerzas ni tampoco dignidad. Ya se había acostumbrado a la vida que llevaba, que mentirosa o no, era mejor que no tener nada.

Él tampoco era un hombre aventajado en apariencia, y lo sabía. Y tenía la convicción de que esa carencia solo se suplía con mentiras y relatos de glorias pasadas. Don Juan de fácil levante cuando alguna vez tuvo dinero, ahora recurría al engaño con el que impúdicamente cumplía de maravillas.
Traicionó a su mujer desde el principio, todas aventuras breves o lo que le durara, hasta que un día se cruzó con alguien que realmente le interesó, y allí no supo que hacer, mas que seguir mintiendo.
Cuando Gladis se enteró se armó la hecatombe, peleas, gritos, insultos. Él le confesó que se había enamorado, y fue para peor.
Con los pocos vestigios de dignidad que le quedaban, quiso terminar su matrimonio, pero luego lo pensó, era mucho lo que perdería materialmente.
Mejor seguir diciéndole a Gladis que la seguía amando y  que no volvería a suceder, aceptando las cosas que ella le quitaba, y las que le imponía. No era caro, ese era su precio de alquiler.
Tal vez, pasado el tiempo, ella bajaría la guardia y él podría volver a engañarla, pero con mas cautela.
Y resignar el amor, como aquel que sintió en la intimidad más perfecta que alguna vez había soñado.


¿Cuánto tiempo hace que Clara se está maquillando y probando los vestidos? Daniel pronto vendría a buscarla. Estaba más que feliz, con esa felicidad que solo brota de un corazón enamorado.
Del fondo de un cajón, mientras buscaba unas medias, encontró un frasco de aceite de rosas. Lo tomó con extrañeza con las dos manos, y mirando el frasco, se sentó sobre la cama. Era un regalo de Enrique. Nunca le había regalado nada, más que un par de medias baratas que él vendía, y ese regalo la había sorprendido.
No pudo dejar de recordar con agradecimiento los momentos en que había sido feliz con él, porque los momentos felices no eran muy comunes hasta ese entonces en su vida.
Enrique era tan amoroso cuando era amoroso. Insistió muchísimo para conquistarla, se mostraba amable, la ayudaba en todo, la llamaba a todas horas del día. Hasta imponía su presencia cuando había amigos de ella en la casa, porque quería que todos sepan que él, y solo él, estaba con ella.
Por Clara lloro varias veces, llegó a sentir tanto amor que no le cabía en el pecho, y se lo decía a cada rato, para que le crea.
Pero cuando al fin toda su batería de recursos le dio resultado, Enrique mostró su verdadera personalidad. Intentaba manipularla para que se resintiera en su autoestima, no porque así lo deseara, sino porque era la única forma en que él había aprendido que una mujer podía estar a su lado.
Y la doble vida que llevaba, hacia también estragos en él.
Estaba siempre nervioso, ya casi le era imposible disimular, y quería hacerlo todo lo mas que pudiera, hasta que Clara se enamorara perdidamente de él, porque todavía ese momento no había llegado y él lo sabía, pero cuando llegase, ahí si la manejaría a su antojo.
Con suerte la convertiría en su amante, y no perdiendo nada, ni esposa ni a su querida, las cosas seguirían estando en su lugar.
¡Qué cínica se puede volver un alma egoísta! ¡Cuán poco le interesa el daño que puede causar en los demás!
Algunos recuerdos pasaron por la mente de Clara cargados de compasión. Ella sabía muy bien lo que Enruque había sentido por ella. Esas cosas que son imposibles de disimular. Y al final de un profundo suspiro se le escapan de los labios un “-¡De lo que me salvé!-”.
Pero ya siente el sonar del timbre de la casa. Daniel está en la puerta. Que loco le resulta ahora que no atendiera sus llamados porque él vivía tan lejos de allí, y sin embargo, él le decía que se enamoró de ella apenas la vio y que su sueño era ir a buscarla, que nunca se había olvidado de aquel beso que se habían dado y que lo llevaba marcado a fuego.
Y actuó como cuando un hombre ama a una mujer.
No quería creerle porque fue solo una vez, y porque vivía lejos, y por no sufrir un desengaño.- ¡Qué ironía!-, pensó mientras se subía al auto importado de Daniel.

Finalmente, Enrique llegó a su casa, cerró sus oídos a los reproches e insultos consabidos, bajó la cabeza… y se metió en la cama.
Mañana sería otro día, y pasado otro, pero él tendría el dinero que ahorro con tanto sacrificio para su vejez.