miércoles, 8 de febrero de 2012

Responsable de mi circunstancia


Cuando al fin me acomodé a la idea de verlo entubado en la cama del hospital, me recorrió un frío punzante por todo el cuerpo.
Lo empecé a mirar con detenimiento, para no olvidarme de ninguno de los detalles de su cara y descubrir los que, por falta de tiempo, nunca noté.
A pesar de lo trágico de la escena, transmitía una paz imperturbable, pero claro, la muerte también es imperturbable, y pensé que por mi pura y exclusiva culpa todavía le quedaba mucho por experimentar.
Yo no se porqué, siempre, cuando muere alguien antes de tiempo, creemos que todavía le quedaba mucho por vivir, si la verdad es que aunque acusara mas de ciento veinte años, siempre se está aprendiendo, descubriendo y viviendo.
Bah! Reflexiones tardías y recurrentes. Tanto, que ya las creo fuera de lugar.
Lo que no está de más es recordar que nadie es dueño de su vida y si responsable de su circunstancia.
Porota (horripilantísimo sobrenombre que se les daba a las personas antes de que yo naciera) decía siempre: “Nadie muere en las vísperas”.
En fin, recordarlo me trajo un poco de consuelo, porque Porota, a pesar de su detestable sobrenombre, era muy sabia. Era una mujer muy vivida, aunque muy pocas veces salió de su barrio, pero era mi fascinación cuando  conversábamos. Sabía sacar lo mas profundo de la cotidianidad, haciendo de lo sencillo, extraordinario.
Un simple pajarito era la criatura que le recordaba que los seres más indefensos necesitaban de su atención, e ir de compras al mercado era bucear entre los diferentes estados de ánimos de la gente con la que se cruzaba. E invariablemente, y esto era lo que adoraba de ella, me hacía reflexionar acerca del porqué de mis actitudes. Y todo se simplificaba.
Pero volviendo al presente, estoy en un hospicio junto a mi marido de tan solo treinta años a los que los médicos no le dan muchas esperanzas de vida.
A pesar del dolor, no se muy bien como ubicarme entre tanta incertidumbre, si hacerme expectativas o resignarme a la idea de ser una viuda joven, si llorar anticipadamente mi dolor o aferrarme a la creencia que todo va a salir bien.
No quiero ser cínica, pero estos días que llevo de espera, ruegos e incertidumbre, quisiera mejor no pasarlos.
De pronto abre los ojos y hay un gran revuelo a mi alrededor. Literalmente me echan de la habitación.
Pasan las horas y sigo al costado de su cama, nadie sabe cuanto tiempo pasará en este estado.
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Mañana es mi cumpleaños, voy a cumplir sesenta años, y Fernando el mes entrante, sesenta y tres.
Lo cuidé por cinco años hasta que se recuperó, retomó su profesión de abogado y un día, con mucho dolor, me dijo que ya no me amaba y que quería el divorcio.
Yo tuve una menopausia muy precoz, posiblemente provocada por tanto estrés, y no pude tener hijos, pero él tuvo cinco con otra mujer.
No estoy enojada con mi ex marido, porque en realidad cada día que pasé a su lado en el hospital deseé que se muriera, y maldije todo el tiempo en que me hice cargo hasta su recuperación.
Y otra vez asevero que nadie es dueño de su vida y si responsable de su circunstancia.
Ah! Disculpen si he dejado un sabor amargo en este relato, pero tal vez a alguien le sirva de moraleja lo que siempre decía Porota: “Se cosecha lo que se siembra”.