lunes, 28 de noviembre de 2011

Procesión interna

Estaba solo y desnudo
de aquello de que alardeaba,
lo miré muy quietamente
de punta a punta a su estampa.
Parecía que bruñera pensamientos
con el lomo acerado de su espalda.
Ausente de mi presencia,
con la cara fatigada,
sus ojos habían huido
y muchos surcos la marcaban
mostrando la evidencia
de que algo lo preocupaba.
Me senté en un rincón oscuro,
él, debajo de una lámpara
como si necesitara acaso
que algo alumbrara su marcha
de pensamientos continuos…
¿quién sabe que lo abrumaba?
La amarilla candileja
le hacía ver los fantasmas
y cada tanto un suspiro
de su boca seca emanaba.
Se hizo la medianoche
y las dos de la mañana…
su ceño seguía intacto,
quietud en sus manos blancas.
Solo de a ratos, muy pocos,
su gris cabeza ladeaba.
De pronto, rompió el silencio,
sus ojos se despertaban,
dijo –tengo la edad que tengo,
no tengo hijos, ni amada,
viví la sórdida quimera
y ya veo como paga:
no hay amistad en el ruido,
ni amor en bebidas blancas.
Si al buen amor se lo duerme
en delirio se aletarga
hasta acallar su sonido,
que huye lento del alma,
y dejando un gran vacío
va abriendo heridas que sangran,
y un cortejo sombrío
de soledad, dolores y lágrimas.