miércoles, 26 de enero de 2011

Don Extraordinario

De aquello que es Don Extraordinario
y me toca con el borde de su velo,
y a mi menesterosa retórica levanta,
me rindo extasiada ante Tus plantas,
y mis ojos se elevan hasta el cielo.
Pequeña soy, Señor, soy tu desvelo,
y por mostrar tu amor afable cantas
a través de la natura incomparable
en que inmersa está tu excelsa gloria.
Entenderla es en mi insondable,
y en gozarla se halla mi victoria.

Oda a los versos


Vuelan de un confín a otro confín
de la tierra, llevando los versos alados
la tarea incesante y suprema
de posar sobre oídos profanos
el dulce cantar del poeta.
Y abatir corazones rugosos
para luego echarlos por tierra,
y llenar de luceros los ojos,
y el pecho emociones contenga
hasta no poder mas, y la boca
reproduzca pasiones secretas
que dormitan en lo hondo del alma
pero al verse expresadas despiertan,
porque alguien entiende el lenguaje
que bulle en la sangre.

Y las venas,
caldero de hirviente potaje,
se recarga, estalla y despeña
cataratas de lágrimas rojas...
pues se mezclan la sangre y las penas.
Pero al fin… el alma aliviada,
repleta de miles de estrellas,
le comparte a algún otro los versos
que reinician su bella faena:
desplegar nuevamente sus alas
y esparcirse por todo el planeta.

Mi admiración a tus letras


 Tus palabras al oído embelesa,
cautivando al alma emocionada,
que provocan el ritual de una alborada
que en ensueños inclina la cabeza.

Es que tienen tus palabras tal belleza
que anega de emociones en cascada
y se arriman infinitas sus tonadas
conmoviendo al aliento con presteza.

Y agitado en suspirar naturaleza,
restituyes el don con que has nacido,
y en sensible versar has conseguido,

transportar a un mundo de lindezas,
el disfrute de gozar de lo incorpóreo
y el asombro de aturdir con tu agudeza.

Amor insondable

Perdóname, Señor, ¡Oh, me perdones!
del mal uso que he hecho de tus dones.
Reprende, Señor, la idolatría
en la que anduve infeliz toda mi vida.
Porque sin ser ciego no te he mirado
y sin ser sordo no te he escuchado.
Pero cuando estoy al borde del abismo
me conduelo y te ruego por mi mismo.
No me queda, como Judas, otra cosa
que mi vida se termine presurosa
y recibir el justo y cruel castigo
que por no haberte amado he merecido.
Y cuando a punto de quitar mi vida llego
tu voz escucho suplicante... como un ruego...
que otra vez más me pide encarecido,
(con un amor que nunca he conocido)
que no quieres perderme, que me amas
¡Oh, Señor! ¡y tan doliente llamas!
que no entiendo, me confundo, no comprendo
¿por qué quieres quitar de mi tal sufrimiento?
Si conociéndote no he dejado de ofenderte
y tú me amas hasta el día de mi muerte.
El amor de Dios es insondable
y a nada humano es de comparable.
Y conmovido me humillo y me arrepiento
con el solo toque de tu aliento.
La misericordia de Dios es infinita
y es todo lo que el hombre necesita.

Aunque lo intentemos con toda pujanza
el genio más grande no puede medirse,
ni la voz más diáfana oírse pudiese,
ni elevada hermosura la imaginación alcanza.

Aquello que no ha subido a corazón humano
porque, hasta ahora, nuestra vida es cieno,
se encuentra guardado por Dios en los cielos,
a Él, reverentes, vivamos honrando.

No te he creido

Perdóname, Señor, no te he creído...
hay profunda contrición en mis entrañas.
Una vez más, aclaras las marañas
de cuanto pecado he cometido.

Cuando Tú me señalabas el camino
con gran obstinación torcía el curso
e intentaba convencer con mi discurso
en muestra demencial de desatino.

Resolví tenaz acallar a mi conciencia
tantas veces como fuese necesario
y rechacé el Consejo Extraordinario
escuchando al mal en su elocuencia.

Y por no oírte caí en profundo pozo
a donde todos mis errores me han llevado
y el castigo que tengo por pagado
me ha quitado la dulzura de tu gozo.

Si hay algo que mi gratitud te sublima
es que Tú jamás te has equivocado
t aquello que me ha hecho desdichado
es para que yo humillado me redima.

Helena G. de White

La mayor necesidad del mundo es la de:
Hombres que no se vendan ni se compren.
Hombres que sean honrados y sinceros en lo más íntimo de sus almas.
Hombres que no teman dar al pecado el nombre que les corresponde.
Hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo.
Hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos".
Elena G. de White



No quiero poner en mi boca
palabras que no son mías,
pero tan profundo toca
y conmueve el alma mía
que ya no vivo sin ellas
en cada cosa que emprendo
porque las creo inspiradas
de Divino Conocimiento.

Y cuando la vida me pone
en fieras encrucijadas
viene a mi mente apuradas
las palabras verdaderas
que una mujer hace tiempo
escribió en unos libros
y de pecar yo me libro
si sus consejos atiendo.

Y recuerdo que no estoy
de paseo en este mundo
y con esas frases alumbro
mi débil entendimiento.
Y sabe que yo no miento
todo aquel que las escucha.
solo el honesto entiende
que allí se halla la lucha.

Y estas palabras hablan
de una gran necesidad
que tiene este mundo impío
para su alma salvar:
de hombres que no se vendan
ni que se puedan comprar.

De hombres que sean sinceros
y honestos en su alma,
y le pongan al pecado
el nombre que se merece.

Llamar a lo bueno, malo

es una adicción que crece,
y lo malo llamar bueno.
esto es lo que hoy acontece.

Y el sentido del deber
sea leal y verdadero,
y se jueguen por entero
por defender su fundamento.
El cielo vale mucho más
que el deleite del momento.

Que a la justicia abracen
aunque se desplome el cielo,
la mirada del que es bueno
va mas allá que la mirada
de aquel al que no le importa nada
porque es sordo, mudo y ciego.

Ateos


No puedo comprender a los ateos,
no puedo vislumbrar su reflexión,
que no cale hondo en su alma una canción,
o el perfume, o las plantas o el sol
y no indaguen con intriga quien ha sido
Aquél que ha creado de aquel modo
con tanta perfección respecto a todo
y también con respecto a si mismos.
No puedo entender cuando se enferman
que su voz a nadie ruega a nadie clama.
y a la hora irremediable de la muerte
se acongojen y resignen dócilmente
a que después de esa muerte ya no hay nada.
Ni que en su lapso absoluto de alegría
se estremezca agradecida y libre el alma,
que cuando descubren el amor de la pareja
no inquieran si en verdad hay mas sublime
que lo etéreo, lo terreno, lo tangible
y asombrados vayan pronto al encuentro
de Aquél que formó lo incorruptible.
No me explico que cuando al ver a un hijo
no examinen el milagro de la vida,
todo es igual, la pena o la alegría
por querer racionalizar el sentimiento.


Y tal vez, solo tal vez, en mi ignorancia
como Lázaro resuciten a su llamado,
el Señor que es Señor de lo imposible
y a nadie le pasa por al lado.

Pinamar infantil


Pinamar de sus pinos cuajada
parece un cuento mágico de hadas.
Cientos de cotorras en sus eucaliptos
cuentan sus secretos cotorreando a gritos.
Y cuando ellas hablan se hace trizas
el silencio verde que se escapa a prisa.
El aire mas limpio que se puede pensar
se encuentra arraigado en este solar.
En la primavera florecen con gracia
las flores amarillas de las acacias.
Sus arenas blancas se vuelven de oro
cuando el sol ufano saca su tesoro.
Y el verano por todos esperado
hace de Pinamar su lugar deseado.
Y todos sus niños con algarabía
viven regalando toda su alegría.

Paquito


Paquito se fue a la tienda
a comprar dos helados,
uno grande de frutilla
y otro grande de pistacho.
Uno para el papá y el otro para él
¡pero que tentación tan cruel!
hacía tanto calor
que se comió un heladito
en un decir uno dos.
Cuando llegó a su casa
el papá le preguntó
una pregunta que Paquito
muy bandido le mintió
-Paquito, por qué el cucurucho
de mi helado está vacío?
-Porque el tuyo, papito,
se derritió en el camino.
Y el papá respondió:
-Pero que helado mas raro
el tuyo esta todo entero
y el mío esta regado
por la calle en que viniste
y dejaste el suelo manchado.
Busca balde y cepillo
y pronto ve a limpiar
todo el reguero de helado
que dejaste al pasar.
Y así, por mentiroso
Paquito se vio castigado
¡Ay! que le salió caro
el comerse el otro helado.